El presidente del Gobierno vasco, en su reciente reunión con el presidente del Gobierno, manifestó eso de la singularidad como epíteto para hacer un despliegue de arraigos territoriales. En días pasados escribía un artículo sobre mi preocupación acerca de la igualdad de derechos y servicios de todos los ciudadanos, independientemente del territorio en el que vivan de España. Pues bien, cuando una escucha eso de la singularidad, en la que todos estamos de acuerdo por eso de que cada uno es tan diferente, como igual en sus derechos y deberes. Por ello, nunca se debería establecer ese concepto frente a la predisposición de acciones o toma de decisiones políticas que pudieran suponer desigualdad y agravantes, dependiendo del lugar de residencia. Y eso lo reflexiono pensando en la imagen de esta semana de viajeros en Extremadura, apeados de un tren, una vez más, recordando tiempos pasados. Así no, no hay discurso ni posición política aceptable de mercadeo, por intereses, dejando al albur a unos ciudadanos frente a otros, por causas de no sé qué singularidad diferenciada. Si algo se valora de una sociedad democrática, es su sociedad civil, crítica, analítica, que debe hacerse eco de estos postulados.

Nunca entenderé en un mundo globalizado como el actual que en nuestro territorio la singularidad sea revestida de insolidaridad y de economía de poder. Extremadura, por derecho propio, se merece un tren digno, pero un tren capaz de movilizar infraestructuras y mejorar nuestras condiciones de comercio y de interrelación con territorios. Por esa regla, una empieza a vislumbrar el verdadero sentido de estar y vivir en un territorio en el que los derechos de todos sus ciudadanos sean tan iguales, como sus necesidades. Resulta duro a veces oír, sólo dentro del panorama patrio, exposiciones dialécticas marcadas por los denominados territorios históricos. Como si esto de la globalización que ha venido a quedarse fuera una especie de quimera, y no es o debiera ser otra cosa que el abrir territorios y escenarios comunes en los que los derechos fundamentales de todos los individuos fueran satisfechos por su condición de ser humano.

Duele que los epítetos territoriales, singularizados en estrategias políticas y partidistas dependientes, sólo sitúen escenarios de fotos fijas a unos territorios en detrimentos de otros. Es como esa balanza de pagos, que cada vez es más reiterativa en nuestro país, más secundada por el debe que por el haber. Y más, cuando en regiones como la nuestra lo políticamente correcto puede casi convertirse en mojigatería. Toca ya, y en un escenario de sociedad democrática, mantener un militancia de sociedad crítica hacia espacios y personas que quieren usar entornos de privilegios, frente encuentros y lugares comunes. No se puede seguir manteniendo que el hecho singular signifique recorridos por antelación en un escenario diverso y común al mismo tiempo, en cargas y en beneficios que es el territorio español. Tener diferentes lenguas, defender diferentes hechos culturales siempre es la riqueza de la parte sobre el todo, y el todo, es el espacio común de todos. Esta reflexión que hoy me permito hacer no trasluce un componente de territorio de espacio político, sino de convivencia y dignidad de derechos de ciudadanos y ciudadanas.

*Abogada.