TAtsí van a acudir los ciudadanos en muchas ciudades españolas a votar dentro de seis meses en las elecciones municipales y autonómicas. La estrategia de los dos grandes partidos de investigar, escandalizarse y denunciar las corruptelas del otro trasmite a los potenciales votantes una atmósfera irrespirable de que algo huele a podrido en muchos ayuntamientos. Vaya por delante que hay que investigar y denunciar porque es mejor un elector informado que uno engañado pero, a partir de las denuncias, lo que se espera es que las fuerzas políticas, todas, se pongan manos a la obra para echar de sus formaciones a los corruptos.

Ni los ciudadanos ni la democracia pueden consentir que el tema de la corrupción urbanística alcance los niveles de lo que ha ocurrido en Marbella y que tenga que ser la justicia, con todas sus lentitudes, la que años después corrija una situación de escándalo y esperpento. Porque lo que Marbella ha puesto sobre el tapete es que la corrupción no es patrimonio de dos partidos sino que afecta a grandes y pequeños y el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. No basta por tanto con denunciar en los medios de comunicación las corrupciones en tal o cual pueblo sino que hay que acudir a los tribunales y que, a la espera de la resolución judicial, si las pruebas son evidentes, el partido obligue a su cargo público a presentar la dimisión o a retirarlo de las listas electorales.

Eso es exactamente lo que le está ocurriendo al Partido Popular, que varios de sus candidatos están siendo investigados por presuntas corrupciones urbanísticas y aún así siguen siendo candidatos a la reelección. Si la purga no la hacen los partidos queda la esperanza de que la hagan los ciudadanos no votando a ninguno de los candidatos sobre los que pese una mínima sospecha de corrupción. Pero es que además, si la clase política no corrige este deterioro de su imagen, el desprestigio de la gestión municipal y la percepción de que las constructoras son las dueñas de los consistorios, puede que mucha gente decida en mayo que, ni tapándose la nariz, es capaz de ir a votar y se quede en casa.

*Periodista