Tienen su razón los que sostienen que el nuevo recorte presupuestario es una rectificación. Un golpe de timón que responde a lo que pide "el sistema económico mundial", como admitió ayer el propio presidente del Gobierno. Zapatero minusvaloró, durante gran parte del 2008, los efectos de la crisis. Luego apostó, como muchos países del G-20, a que la acción del Estado suavizara la recesión y evitara otra depresión como la de 1929.

El ajuste suave ha funcionado. En el 2009, la economía española se contrajo menos que la de la zona euro (3,6% frente al 4%). En el primer trimestre ha habido un repunte --0,1% de aumento del PIB--, casi igual al de Europa (0,2%). Pero el peso de la construcción destruyó mucho empleo y el paro alcanza el 20% frente al 10% de la media europea. Ello ha originado una caída de ingresos y un aumento de gastos, que castiga las cuentas públicas.

Hubo exceso de confianza. Cierto que la ratio deuda pública-PIB, ahora en el 53%, es menor que la media de la zona euro. Pero nuestro endeudamiento es alto porque la inversión empresarial y familiar de los años del boom tuvo financiación exterior. La banca tomó dinero en el mercado mundial y lo prestó a las empresas y familias (de ahí la burbuja inmobiliaria). Y ahora el paro hace que el déficit público (6,4% de media europea) llegue aquí al 11,2%. Estados Unidos y Gran Bretaña tienen un déficit similar, pero la zona euro, una unión monetaria en construcción, nos hace más vulnerables.

El Gobierno ha sido lento y ha dilatado los plazos, no solo en el déficit, sino también en las reformas, empezando por la laboral. Pero ya en el presupuesto del 2009 subió el IVA y la imposición sobre el ahorro por un importe de 6.000 millones. Luego, cuando empezó la tormenta griega, recortó otros 5.000 millones para este año (un total de 40.000 en los próximos tres años) para llegar a un déficit del 3% en el 2013. Pero en la última semana el pánico financiero ha forzado la mano.

Reducir el déficit un 0,5% del PIB extra este año y otro 1% el 2011, para bajarlo del 11,2% al 6% en dos años, no sale gratis. Obliga, entre otras cosas, a rebajar el sueldo de los funcionarios un 5%, a congelar las pensiones --excepto las mínimas-- y a reducir la inversión pública en 6.000 millones. Es una rectificación de envergadura para un presidente que prometía salir de la crisis con pocos costes. Pero no somos el único país que debe cambiar el rumbo. En Alemania --donde ya se jubilan a los 67 años--, Merkel ha enterrado su promesa de bajar los impuestos. Sarkozy anuncia más austeridad y en el programa de Cameron manda el recorte. Adaptarse a lo que pide "el sistema económico mundial" es razonable. Salvo que se pretenda vivir de espaldas a él. Imposible porque estamos endeudados. Pero el volantazo tendrá costes. Daña la credibilidad del Gobierno y, peor aún, retrasará la salida de la crisis. Zapatero debería haber actuado antes. Improvisa, aunque también lo hacen la UE y la mayoría de gobiernos.

La rectificación ha sido inevitable. Lo exige la necesidad de no separarnos de la disciplina económica de los países europeos. Y es un ajuste duro, pero no destruye el Estado del bienestar. Se ha reaccionado tarde, ha faltado rigor y no ha habido pedagogía. El Gobierno debe explicar que mantener los logros sociales exige saber adaptarlos a las circunstancias. Y que el fin de la cirugía no es liquidar, sino preservar. Zapatero ha rectificado. La crítica es fácil, pero, sin alternativas factibles, es inútil e irresponsable.

Buena parte del recorte será sobre las espaldas de las comunidades. El presidente extremeño es consciente y ayer mismo se apresuró a anunciar el apoyo a todas las medidas del Gobierno, incluidas la reducción del 15% del sueldo de los miembros del Consejo de Gobierno, y la posibilidad de subir los impuestos. Las medidas anticrisis no han terminado.