TAthora puedo dedicarte estas líneas sabiendo que podrás leerlas. Ha pasado el tiempo y te encuentro más serena y con fuerzas para hablar de él sin que te ahogue un sollozo. Son muchos los momentos para el recuerdo, pero ahora que llega el verano, que las tardes son tan largas, que el paseo cada noche empieza pasadas las diez, te imagino sentada en tu sala con la mirada fija en su butaca, sola.

Me contaste una vez, cuando te dije que las tardes de verano eran aburridas, que para ti cada una de ellas tenía algo de esperanza, que todo consistía en proponerse un objetivo sencillo cuando el calor abandonara: pasear con un paquete de pipas, ir al cine, llegarse hasta Castelar para ver a los niños, cenar en un velador... y hablar, siempre hablar. Me cruzaba con vosotros por la calle y siempre estábais hablando, jamás os vi en silencio, la mayor parte de las veces con risas y gestos.

Por eso te recuerdo hoy que aprieta el calor y la tarde se presenta tras las contraventanas gris y tediosa. Y te recuerdo con él, ¡precisamente ahora!, ya ves, ahora que no está y que su vacío prolonga la tarde sin espera. Y te recuerdo buscando un objetivo por la noche, imaginando un paseo de risas y gestos, de cerveza fría y pipas de girasol. Y diriges la mirada hacia su lugar, y se deshacen las horas, los sueños, todo.

Si alguien se plantea definir la ausencia, la muerte concreta, el final, aquí tienes una imagen. Estas tardes de plomo candente, de segundos apelmazados, de lógicas detenidas. Estas tardes que prohíben soñar y que resaltan ausencias.

Te imagino sin él cuando te llegas hasta su butaca y te acurrucas en su hueco, sollozando como una niña asustada por el silencio.

*Dramaturgo