El presidente del Gobierno español y presidente de turno de la UE, José Luis Rodríguez Zapatero, lamentó ayer "profundamente" la muerte por huelga de hambre del disidente cubano Orlando Zapata y exigió al régimen castrista que "devuelva la libertad a los presos de conciencia y respete los derechos humanos". Serían palabras irreprochables, si no llegaran tarde, más de 24 horas después de que se produjera el fallecimiento del preso político cubano. Llegan después de que Estados Unidos pidiera la "libertad sin demora" de los prisioneros de conciencia y de que los disidentes reprocharan al Gobierno español su silencio.

El día anterior, Zapatero, que intervenía en un acto en Ginebra contra la pena de muerte, no hizo mención explícita alguna a la muerte de Zapata ni a la situación en Cuba. Elogió a los "estados que defienden hasta el último minuto la vida de todos sus ciudadanos", pero su alusión fue tan críptica que tuvieron que ser sus asesores los que alertaran a la prensa de que esa frase se refería a lo ocurrido en Cuba. Y, sin embargo, ¿qué mejor acto que un foro sobre la pena de muerte y qué mejor escenario que la Sala de los Derechos Humanos de la ONU para haber condenado la muerte de Zapata?

Desperdiciada esta oportunidad, Zapatero se enmendó ayer al inaugurar en el Congreso de los Diputados la reunión de presidentes de comisiones de Exteriores de la Unión Europea. Sin embargo, el ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos, no hizo mención alguna al tema en su discurso inicial en la misma reunión. En el debate posterior, Moratinos lamentó con una frase esquiva "los acontecimientos que desgraciadamente se vivieron ayer y anteayer en Cuba", y suscribió después las exigencias del presidente Zapatero.

En el fondo de esta tibieza se encuentra la postura española de cambiar la llamada posición común de la UE frente a Cuba, que data de 1996 y condiciona las relaciones a avances democráticos y a una mejora de los derechos humanos. Después de la muerte de Zapata, España debería renunciar a esa apuesta de variar la posición común, aunque es verdad, como repitió ayer Moratinos al insistir en el diálogo, que la política del bloqueo y de las sanciones no da mejores resultados.

Pero, dos años después de la llegada al poder de Raúl Castro, nada sustancial ha cambiado en Cuba. Lo único que ha cambiado es la marca del chándal de Fidel Castro. Antes era alemana; ahora es norteamericana.