Mi amigo José Luis temía que el agua le chafara la fiesta. La intensa lluvia del viernes hacía presagiar que el fin de semana no sacaría de la cartera las dos entraditas para las corridas de toros de Olivenza, y se quedaría con las ganas de ver a Perera, José Tomás y Talavante faenando a sus correspondientes cornúpetos.

Pero los nubarrones no descargaron el sábado, ni el domingo, y José Luis no faltó a la fiesta. A mí, José Luis a veces me tienta, me abre una pequeña rendija para enseñarme al camino hacia la afición. Pero pienso que el animal sufre lo indecible hasta su muerte y no quiero corresponder al espectáculo.

Muchos defienden que el toreo es un arte. Partiendo de que hoy consideramos arte muchas acciones extrañas, también la tauromaquia puede serlo. Otra cosa es la cuestión ética, exenta, por otro lado, en bastantes propuestas artísticas ideadas para provocar o conmover a costa de lo que sea. Hoy del arte se puede esperar cualquier cosa.

El movimiento de una faena taurina está lleno de líneas curvas verticales correspondientes al torero, y horizontales correspondientes al toro; espirales, circulares y ondulares, que se mueven veloces y suaves, hasta que llega una última línea, recta, corta y horizontal, estática y fatídica: el estoque. La muerte. Todo esto aderezado con la policromía propia del festejo.

Tauromaquia significa arte de lidiar toros, y muchos son los pintores que se han reflejado en sus obras la tauromaquia: la visión tenebrista de Goya ; la costumbrista de Gutiérrez Solana ; la mitológica de Picasso ; la trágica de Juan Barjola ; la figurada de Barceló . La tauromaquia ha sido pintada y repintada a lo largo de su existencia. Cualquier cartel de toros se muestra ilustrado por una composición pictórica de la fiesta.

Podemos dudar de que la tauromaquia haya ido al arte, pero de lo que no hay duda es de que el arte sí ha ido a la tauromaquia.