TEts habitual escuchar declaraciones tras la búsqueda de la dignificación de la figura del político con intención ejemplarizante. Se alude para ello a su profunda dedicación a la cosa pública, a su perfil de servidor de la comunidad y, para coronarlo, a su gran profesionalidad en el ámbito de su trabajo.

Evidentemente se trata de contrarrestar la imagen deteriorada de muchos personajes que han trasladado a la ciudadanía un estereotipo viciado de esta loable manera de actuar en sociedad. Suelen ser noticia, pero a la vez son la excepción. Predominan aquellos que emplean buena parte de su tiempo en la dedicación al servicio a los demás en el más amplio sentido de este concepto.

En paralelo tenemos la figura del denominado técnico. Muchos prefieren separarlo del político. Así, si decides militar en un partido político parece que tienes que quedar relegado, cuando no negado, a la hora de desempeñar cualquier responsabilidad de las denominadas técnicas. ¿Es ésta la forma de prestigiar la figura de la política? Entiendo que no. Por consiguiente, es poco comprensible que aquellos personajes que consiguen desempeñar un cargo de estas características se muestren remisos a implicarse en el proyecto político que les ha dado la confianza. Y no me refiero a ser independiente.

Del mismo modo no creo que alguien con profunda conciencia política (eso que algunos dicen estar significado ) pueda estar incapacitado para tareas técnicas. En definitiva la labor política se enriquece con la función técnica. Ambas pueden ir unidas. Ambas no deben darse la espalda.

Un buen político es aquel que además de poder resolver problemas está aderezado con una gran cualificación para su puesto. Un técnico que ocupe un cargo de responsabilidad no tiene por qué estar al margen del proyecto desde donde ha sido llamado.

Sin embargo lo que se ha demostrado contraproducente y poco efectivo han sido las mezclas. Es decir, cuando no se sabe discernir hasta dónde llega el trabajo y hasta dónde la pasión.