TDte repente, aquel tipo con gesto malhumorado empezó a levantar la voz mientras el resto de clientes de la tienda de telefonía aguantábamos impasibles los minutos y minutos de espera: "Señorita, que yo no quiero fútbol ni motos, ni Manolo Escobar ni Antonio Molina", le espetó a su interlocutora mientras le reclamaba no sé qué cantidades entre un montón de facturas. La escena, que quizá no les resulte novedosa, me estresó hasta tal punto que me pareció una broma escuchar luego cómo una educada trabajadora del negocio le explicaba a una señora en cinco ocasiones por qué su móvil no se podía utilizar al haberlo bloqueado con contraseña. La mujer pedía a la joven que le recordara cuál era la clave que ella misma habría introducido en su momento y que ya no se sabía- Vivir para ver. La magia de la telefonía, dirían otros, pero el anecdotario sumaba y seguía con otro cliente que pedía explicaciones sobre el destino de su contrato después de haber adquirido el servicio por teléfono.

Reconozco que, las once de la mañana, aquello era demasiado para mi cuerpo. Antes de salir de la tienda, sano y salvo, me atacó una risa floja que mitigó el agobio del primer cliente a quien dejé, media hora después, colgado al teléfono mientras las abnegadas empleadas daban paso al siguiente. "Tendrían ustedes que expedir un certificado como el del médico porque llevo hora y media esperando", dijo a modo de bienvenida. No pude por menos que sentirme un privilegiado con mi móvil nuevo en la mano, satisfecho de haber superado una prueba de resistencia en un establecimiento de telefonía. Sobra decir que no volveré hasta que no me quede más remedio. Mientras tanto, cuidaré de mi terminal recién estrenado como oro en paño por la cuenta o el estrés que me tiene.