Hace unas semanas me disponía a escribir sobre el ébola, enfermedad que por entonces tenía en estado crítico a la enfermera Teresa Romero, y al resto de españoles en una situación de alerta casi patológica. Después de varios días dando vueltas buscando el enfoque correcto me decidí por el silencio. Un silencio que le hubiera venido muy bien al consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, que además de los disgustos que sus desafortunadas palabras le han valido, está por ver si tienen alguna repercusión legal.

Durante estos últimos meses quien tampoco se ha callado es el recientemente elegido líder supremo de Podemos, Pablo Iglesias , que desde que determinadas cadenas empezaran a darle cobijo en sus tertulias no ha dejado de visitar cualquier lugar donde al pronunciar la palabra casta los asistentes enloqueciesen. Aunque en los últimos días ha roto su habitual predisposición, primero por el "escandalito" de Iñigo Errejón y la Universidad de Málaga, después por el de su propia productora. Y es que a Iglesias le han faltado doce meses, muchas disputas internas y un congreso para convertirse en aquello que tanto ha criticado.

Las mismas disputas que se han producido en el seno de VOX, que ha aumentado notablemente su intención de voto en las encuestas desde que la sociología electoral llevarse al PP a no continuar con la ley del aborto; y que ahora, autoproclamado como el partido de los que no tienen voz, propone extender el sufragio universal a los menores de edad, en cuyos padres recaería la potestad de emitir el voto.

Y es que en un momento donde los telepredicadores se multiplican, lo importante se está convirtiendo en estar, independientemente de que para ello cada una de las palabras sea una barbaridad que supere de largo a la anterior. Aunque eso sí, cuando realmente se les pide hablar no dan mejor respuesta que la anodina callada.

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