No es solo que ver la televisión sea un hábito que implica estar sentado prácticamente sin moverse y normalmente comiendo. No se trata únicamente de que el español pase una media diaria de unas cuatro horas delante de ella. Significa, sobre todo, que de esa caja salen cientos de garras publicitarias que quieren vendernos cosas, crear necesidades en nosotros y moldear nuestras costumbres, nuestros deseos, nuestras vidas.

Muchos de los productos que se anuncian en la tele son, en su mayoría, los que no deberíamos consumir con frecuencia por su altos contenidos en grasas, azúcares o sal. Y acabamos comiéndolos. Eso engorda. Pero, allá cada cual, que ya somos mayorcitos ¿o no todos? Lo cierto es que nuestros niños se atiborran de televisión, de anuncios dirigidos a ellos que les seducen con alimentos que no les vienen nada bien. Y se convierten en deseos irrefrenables, en caprichos continuos o, en el peor de los casos, en hábitos.

Debería preocupar. En España, más del 40% de las niñas y niños de entre seis y nueve años sufre obesidad o sobrepeso. Los datos son de investigaciones realizadas por el periodista Javier Salas en En Materia, especializada en noticias de ciencia, tecnología, salud y medio ambiente. Según nos describe, un escolar español de entre seis y doce años ve 25 anuncios de comida cada día y el 75% son de productos que no debería comer habitualmente. Para que la imagen sea aún más clara: nuestros menores están recibiendo 7.500 impactos al año de mensajes que les dicen que coman cosas que les engordan, les perjudican, les hacen daño. Y lo hacen sentados delante de la televisión, me temo que sin que seamos demasiado conscientes del peligro que supone. «Hasta un tercio de los niños con sobrepeso y obesidad no lo serían si no estuvieran expuestos a la publicidad alimentaria», asegura el citado reportaje.

¿Pero es para tanto? Bueno, hasta no hace tanto tiempo en la televisión podían verse anuncios de tabaco o de alcohol pero se prohibieron porque «su función consiste en vender algo dañino para la salud». ¿No estamos en una línea similar?

No estamos ante un problema pequeño, todos sabemos a estas alturas el poder de la publicidad y que es más potente aún en la mente de un menor. Tampoco hay que sobreprotegerles metiéndolos en una burbuja. De lo que se trata, al fin y al cabo, es de ser conscientes de las garras de una industria alimentaria que maneja los deseos de nuestros menores para enriquecerse.

Y ¿por qué no? Tal vez también implica ser capaces de alejarnos un poco de los malos hábitos. Porque los pequeños también aprenden de ellos.