Dramaturgo

Mi amigo Antonio Pascual me comentaba las ganas que tiene el personal de salir en la tele. Su programa en Localia tiene lista de espera porque le están cogiendo el gusto a eso del maquillaje, poner cara de Manolo Jiménez, y salir en medio de la cena para regocijo de la familia. Mira, niño, mira a tu padre como se explica de bien cuando habla del alcantarillado del barrio .

Un servidor, que ha salido algo por televisión, más que nada obligado, tuvo un tiempo de anonimato muy duro. En aquellas épocas limpiaba las escaleras de mi casa una señora con malas pulgas que cada mañana me saludaba con un gruñido y me despedía con un mochazo trasero que me ponía perdidos de agua y lejía los pantalones. Era una tradición el saludo de la fregadora con esos aires, hasta que una mañana todo cambió. Me abrió la puerta, me dijo un buenos días de miel y sirope, me sonrió, ¡sí, me sonrió!, y hasta movió la manita mientras yo me alejaba dándome porrazos contra todas las farolas del recorrido y sin dejar de mirarla. Intrigado por la mutación de la fámula, al día siguiente intenté iniciar una charla que ella cortó con un: "El otro día le vimos en la tele". No escondo que mi vanidad se puso a tope y que, en un rapto de engreimiento, le dije: "¿Y qué le pareció lo que dije?". No le pareció nada, tampoco le importaba nada, porque tardó un segundo en responderme: "No, si oírle, no le oímos, es que le estábamos dando de comer al nieto y para que coma sin protestar le ponemos la tele sin voz. Se queda como hipnotizado, mire usted. Yo le dije..., como no comas, viene ese señor que conozco, y te lleva. Y se lo comió todo". A la mañana siguiente, cuando los buenos días, el que gruñía era yo.