Mentiría si digo que no veo la televisión. Como todo españolito, también tengo mi apego por ese aparatejo que puede crear una adicción incontenible en algunos mortales. Pero a mí la ventana luminiscente apenas consigue mantenerme quieto frente a ella más de cuarenta minutos, lo que dura un telediario con predicción meteorológica, pero sin futbolnoticiero ; y el tiempo que dure algún que otro programa que me agrade. Creo que la televisión podría ser una herramienta didáctica maravillosa y que todos seríamos más felices si no nos dejáramos embaucar por ciertos programas pueriles y ramplones que nos ofrecen algunas cadenas.

Hoy uno enciende la televisión a media tarde y se encuentra a un señor pidiendo perdón a su esposa por haberle puesto los cuernos, o un capítulo de una telenovela sempiterna protagonizada por guapos y guapas que parecen sacados de un museo de cera. No puedo olvidar cómo en mi infancia, al salir del cole por la tarde, nos esperaban en la tele, en blanco y negro, los Chiripitifláuticos Locomotoro, Valentina, El Tío Aquiles, El Capitán Tan y los Hermanos Mala Sombra, con los que aprendíamos canciones, y nos recordaban algunas cosillas del cole. Claro que por entonces sólo existía una cadena y las televisiones no se daban de tortas por ganar televidentes.

Lo lamentable de ahora es que muchas cadenas no tienen ningún escrúpulo en ofrecer entrevistas a delincuentes y trapicheros con tal de aumentar su índice de audiencia. Imperan los programas chabacanos, hechos a la medida de la facundia de varios tertulianos que, siempre bolígrafo en mano y sin dejar de hacer aspavientos, nos cuentan su vida y obra con lenguaje muy poco didáctico, y de paso pasan por su criba la vida de sus antagonistas. Pero el mundo está lleno de gente dispuesta a perder la vergüenza para que otros ganen la manera de satisfacer su propensión al morbo.