Verán, yo sé que la templanza es una virtud poco valorada en nuestro país. Que aquí es preponderante el «cojonudismo», es decir, ese pensamiento glandular que siempre ha triunfado en las tradicionales barras de bar, y que ahora lo hace en esas otras barras de bar que son las redes sociales.

Pero resulta que, desde hace 6 años, tenemos un presidente del gobierno más bien flemático, al que no se lo lleva la corriente. Ha demostrado, en incontables ocasiones, que no es de los que actúan con precipitación, que es más de brindar un paréntesis valorativo e ir haciendo miga.

A algunos, esa forma de ser, les desespera. Ha llegado a poner de los nervios hasta a su propia parroquia. Porque el que más y el que menos acaba impacientándose frente a situaciones de especial gravedad.

Pero el gallego Rajoy ha demostrado, no pocas veces, que hay que dar tiempo al tiempo, y cavilar entretanto, para resolver los entuertos. He de reconocer que, en ocasiones, no me ha alcanzado el conocimiento para comprender las razones de esa forma de actuar. Pero también he de confesar que, transcurrido un tiempo prudencial, y mirándolo todo con cierta perspectiva, hay que darle la razón a don Mariano: no es inteligente dejarse llevar por el acaloramiento, hay que pararse y pensar, dejar que lo tembloroso, repose, y ya después, decidir.

Otros, en su puesto, habrían reclamado el rescate de la Unión Europea a la economía española, pero su mesura nos ayudó a salir del agujero sin tener que vernos intervenidos por La Troika.

También, cuando se produjo la situación de bloqueo electoral, que nos llevó a repetir las comicios generales, hubo quien le pidió que actuara, pero él, en cambio, dejó que los demás se estrellaran, y ahí lo tienen, con una mayoría minoritaria, pero en La Moncloa. La situación de Cataluña está siendo tan endiablada que es difícil predecir cómo acabará. Pero lo cierto es que a Rajoy lo han achuchado desde todos flancos, y él ha permanecido impertérrito, hasta que ha conseguido recabar los avales del PSOE, Ciudadanos, y de los principales cancilleres europeos, para no aplicar el 155 en soledad.

Tanto si la cosa sale bien, como si se complica, en términos políticos y estratégicos, esa unidad ya es exitosa en sí misma. No sabemos qué pasará mañana, pero, a día de hoy, hay que reconocer que la templanza sigue siendo una virtud cardinal.