Hace unos días ochenta institutos secundaron un paro en apoyo de un profesor del IES Santiago Apóstol de Almendralejo, condenado por llamar gilipollas a un alumno, en el marco de un contexto de continuas provocaciones. Según 20 minutos en solo 33 días lectivos, más de 200 docentes han marcado, desesperados, el teléfono del Defensor del Profesor, donde incluso se tiene constancia de tres agresiones físicas por empujones y lanzamiento de objetos contra profesores. Hace unos días aparecía en el telediario otro docente al que un padre, descontento por el castigo impuesto a su hijo, asestaba un cabezazo produciéndole una brecha que había requerido cinco puntos de sutura.

Tenemos un problema, y no me refiero sólo a la violencia en las aulas, una manifestación más de una serie de conductas juveniles de ámbito mucho más amplio. Los conflictos empiezan en el seno de la familia, donde los mismos padres carecen por completo de control sobre sus hijos, llegando a desconocer los miles de mensajes que cada día polinizan sus infantiles mentes.

Los mismos padres se ven cada vez con menos herramientas para abordar el difícil proceso de la educación. Antiguamente tu madre te pegaba un cachete si le dabas una mala contestación, y aquello funcionaba. Ahora si un padre osa, siquiera, amenazar a sus vástagos con dicho castigo, se topa de frente con la justicia.

En efecto, la ley protege al menor, y sin embargo, muchas veces, deja a los adultos desprotegidos frente a él. Así un joven puede desobedecer, insultar, amenazar, o incluso agredir a sus propios padres, o a sus profesores, sin que estos tengan posibilidad alguna de defenderse . El maltrato a los mayores por parte de los adolescentes, es cada día más frecuente.

Hemos de admitir que nuestra generación tiene serias dificultades en su labor de educar a la siguiente.

Durante siglos hemos aprendido a base de miedo: miedo al tío del saco, miedo a Camuña , miedo a lo oculto, miedo al castigo divino, y miedo a que tu padre se aflojara la correa, o tu madre se quitara la zapatilla, y no es que yo lo apoye, pero reconozco que era un sistema. Conseguir que los hijos reprodujeran los códigos de conductas deseados por los padres era fácil, máxime si tenemos en cuenta que los mensajes educativos que se pretendían inculcar se repetían continuamente, cada momento de todos los días, y que los mismos eran idénticos para todos los niños.

XAHORA TODOx es diferente. Nuestros hijos no han oído hablar de Camuña, ni del fuego del infierno, y como está prohibido recurrir al cachete, contra la opinión, por cierto, de muchos padres, ya no contamos con el tradicional recurso educativo del miedo. Hoy los niños se ponen la ropa que quieren, aunque lleven el vientre al aire en invierno; no necesitan obedecer a sus superiores, a los que consideran como a iguales , ni tan siquiera para cumplir los castigos, muy difíciles de diseñar, por otro lado, sin que afecte a sus amplias necesidades ni a su integración social. Pero como tampoco es fácil premiarlos, porque ya tienen todo lo que nosotros podemos darles, es prácticamente imposible pretender imponerles algo contra su voluntad.

Pero, ¿cuál es la voluntad de los niños? ¿Qué les interesa? ¿A qué le dan ellos realmente, valor? Porque, hasta hace pocos años, los principios a transmitir estaban claros, y a medida que crecíamos, asumíamos los repetitivos mensajes que nos llegaban directamente del entorno de manera natural, mientras que ahora la mayoría de las ideas que anidan en las mentes de nuestros hijos provienen de unos insolentes personajes, brutalmente violentos, tremendamente despreciativos, que ignoran el significado del concepto respeto , e increíblemente orgullosos de su mala educación, que se cuelan en sus vidas, por una caja tonta , que no se calla nunca; cuando no, por una videoconsola.

Queríamos eliminar los aspectos negativos del obsoleto sistema de transmisión de valores usado durante cientos de años, y podría haber salido bien, de no habernos visto envueltos en el bombardeo informativo y desinformativo que taladra cada momento las inmaduras mentes de nuestros vástagos y, claro está, las nuestras.

Ojalá sea cierto que cuando surge un problema la solución exista o esté a punto de aparecer, porque lo que incuestionable, es que, a la hora de educar, tenemos un problema.

*Profesora de Secundaria