Cuando apenas hacía 10 meses de su llegada a la Casa Blanca, Barack Obama firmó en Pekín un compromiso histórico de amistad y cooperación con las autoridades chinas que hizo visible la aparición en la escena mundial de un nuevo polo de poder: el G-2. Dos meses después, China y EEUU protagonizan una escalada verbal a partir de un endurecimiento de la actitud de Washington con relación al gigante asiático. Antes de aquella visita, la presidencia estadounidense caminaba con pies de plomo sobre cuestiones tan problemáticas como la falta de respeto a los derechos humanos en China. De repente, EEUU ha cambiado el tono de su relación. A las disputas ya existentes sobre los desequilibrios en la balanza comercial y la política cambiaria, se ha sumado la denuncia hecha por la secretaria de Estado Hillary Clinton de un ataque pirata contra Google. Ahora, la anunciada venta de armas a Taiwán, siguiendo la línea marcada por Bush, ha incrementado la tensión provocando una respuesta muy airada de Pekín. La confirmación de que Obama recibirá al dalái lama contribuye a la irritación de Pekín por lo que considera ataques a su soberanía.Este cambio de política de la Casa Blanca parece responder al reconocimiento de que la línea blanda mantenida en los primeros meses de Obama no ha dado frutos. Es una línea que nunca funciona con China.