Profesor

Los profesores de matemáticas, y no me refiero sólo a los de Extremadura, sino a los de toda España, e incluso a los de parte del extranjero, debiéramos levantar un monumento a nuestro querido presidente, el señor Rodríguez Ibarra. Porque eso de que para corregir situaciones como la que está viviendo la Comunidad de Madrid, manejada a su capricho por dos sinvergüenzas que cambiaron de bando con más rapidez de la que se le atribuye a la purga de Benito, haya sugerido procedimientos matemáticos, nos viene de perillas para intentar motivar a nuestros apáticos alumnos. Ya no tendremos que pedirles que averigüen la edad de un padre y un hijo, este último de más de 30 años, a punto de finalizar el bachillerato, ni cuán rico se hace un industrial de Béjar que si paga 20 euros a un obrero por hacer un paño quiere saber cuánto habrá de pagar a tres por hacer medio. Ahora ya no necesitaremos preguntar a nuestros escolares por el teorema de Pitágoras, hasta ahora probablemente el más famoso de todos a causa, quizá, de eso de los catetos. A partir de este momento podremos inquirirles: a ver, Jonathan, o Vanessa, o Jennifer (nombres, como se sabe, de gran raigambre entre las huestes juveniles): ¿Qué dice el teorema de Ibarra?

En fin, como broma no está mal. La solución esa del "equis menos uno más dos", recogida por todos los medios informativos, es graciosa, es chocante, es ocurrente... es una solemne tontería. Porque, ya que estamos hablando de matemáticas, es cierto que una mayoría de votos como la que obtiene nuestro protagonista convocatoria tras convocatoria, para desesperación de sus cambiantes adversarios, que duran menos que un pirulí a la salida del colegio; es cierto, digo, que esa mayoría aritmética debe transformarse democráticamente en una repetida mayoría parlamentaria. Pero de ahí a que confiera a quien la obtiene una infalibilidad que para sí quisiera el romano Pontífice media un abismo.

Y ya que el señor presidente se mete alegremente en las procelosas aguas matemáticas, disculparán ustedes a este su servidor, profesor de dicha disciplina, para que a espectáculos como el de Madrid sugiera otra solución, menos original, qué duda cabe, que la expuesta el otro día en Mérida, pero acaso más fácilmente comprensible por todos, aunque no sean de Ciencias: que los partidos, empezando por el PSOE, no dejen en el camino a los críticos, encumbrando a los serviles y los pelotas; que los partidos, sobre todo si se proclaman de izquierdas, no hagan del amén y el sí, señor el santo y seña de cada día. Que no prime en ellos el amiguismo, sino la inteligencia y la capacidad de trabajo; que para desempeñar cargos importantes cuente más el mérito que el coeficiente de flexibilidad de la cerviz. En otras palabras: que los partidos, empezando por el PSOE, hagan, aprovechando que ha llegado el verano, una limpieza general tras la que no quede parásito alguno en sus armarios. Y que dejemos a Pitágoras en paz, pues suficiente tiene el pobre hombre con los palos que a diario le propinan nuestros escolares.