Mañana lunes se presenta en su ámbito natural, Extremadura, el relato sobre la metamorfosis que el presidente de la Junta, Guillermo Fernández Vara, llevó a cabo entre el 22 de mayo de 2011 y el 24 del mismo mes pero de 2015, ese ‘Desafío del cambio’ que ha relatado su hijo Guillermo Fernández Martínez, y en el que se trata la reconstitución del político que entró en práctica depresión tras haber llevado al PSOE a su primera derrota en 28 años, bien es cierto que buena parte de la culpa, como señaló Rodríguez Ibarra en su momento, fue el arrastre que provocó la caída de Zapatero.

Unas presentaciones que tendrán lugar sucesivamente en Mérida, Cáceres y Badajoz, y que nos ponen en la moviola la pelea estratégica que desde hace ocho años mantienen los dos máximos líderes políticos de la Comunidad, como son Guillermo Fernández padre y el último producto de la ‘factoría y escuela PP’ de la ciudad de Badajoz (Miguel Celdrán), José Antonio Monago.

El volumen, aparte del interés que tiene la narración dentro del ámbito familiar de la recuperación personal y política del candidato derrotado, y que pese al efecto Zapatero no se libró de las críticas de Ibarra, es ocasión para analizar las maniobras que han llevado a Vara y a Monago a protagonizar la disputa política más igualada de la historia autonómica de Extremadura -solo recuerdo haber oído que Rodríguez Ibarra la única vez que llegó a tener alguna preocupación fue ante Juan Ignacio Barrero Valverde, el expresidentes del Senado-, y a reflexionar sobre las enseñanzas que uno y otro han sacado de ese duelo que siguen manteniendo, así como las tácticas y estrategias que abordarán ante las próximas elecciones autonómicas.

A Fernández Vara se le criticó interna y externamente por haberle ofrecido en la legislatura 2007-2011 grandes acuerdos a Monago, ese Pacto Social y Político de Reformas de Extremadura. Discutible entonces el ‘dar vida’ al adversario, a partir del 15-M y su concreción parcial, también discutible, en lo político con la aparición de Podemos, y la fragmentación del mapa de partidos, sus líderes quedan condenados, como ha venido siendo habitual en Europa en las últimas décadas, a acuerdos a dos o tres bandas que posiblemente no sean ya tan mal vistos por la sociedad española.

Pero también es cierto que el electorado no perdona el transfuguismo ideológico ni el oportunismo coyuntural del poder. Y aunque a lo largo de la legislatura, y por el mínimo bien común, haya compromisos entre PSOE y PP, entre Vara y Monago, las urnas y los electores esperan a los candidatos uno a uno, con propuestas nítidas y diferenciadas

Serán los momentos postelectorales los que aconsejen, por ejemplo, un entendimiento de socialistas con podemistas, los que a su vez tendrán que aclarar su propio ámbito de confluencia con lo que queda de IU, que sigue contando en Extremadura con potentes y soberanos elementos como el PCE y líderes como Álvaro Vázquez en Mérida; y con otras fuerzas como Equo, o la naciente Alternativa Socialista.

No es esperable que Fernández Vara le vaya a dar realmente muchas oportunidades a José Antonio Monago, algo que está claro no sucederá a la inversa; todavía lamenta el primero que se le investigara para utilizarlo en campaña, y el forense metido a político, pero con vocación de periodista, parece haber superado ese desafío del cambio del que habla su hijo.

Este último, autor de un libro en el que se refiere entre otras cosas a esa moción de censura, considerada punto y aparte en la recuperación política y electoral, propuesta por Rodríguez Ibarra en una ejecutiva del partido y que Vara no vio clara en unos primeros momentos; un golpe de audacia que Monago no esperaba y fue el principio de todo.

Volverán a verse en las urnas, el 26 de mayo de 2019, con la lenta recuperación económica ahora a favor del primero, y muy posiblemente reforzado con la resolución de la crisis nacional en el PSOE.