TLtluis Llach indagó sobre la ternura. Quedó enredado en unos ojos y no la pudo describir. A veces, también yo he querido llegar a este misterio y, sintiéndola, sigo sin saber decir de la ternura. Los ojos, las palabras, un cuerpo, los libros, las manos... del pecho de la madre, desbordado de alimento, nos llega ternura que inconscientes y para siempre guardamos en algún rincón de la memoria.

Las manos de mi abuelo paterno se extendían sobre la lumbre. Después me acariciaban. Esto hacía que me sintiese como arropado y queriendo que nunca se apagase el fuego sobre el que asábamos castañas. Contemplando el cuerpo desnudo de la mujer amada, he sentido una ternura abrasadora, detenida. Leyendo a Hidalgo Bayal me vi caminando despacio y acariciando las páginas de Mísera fue, señora, la osadía. En una ocasión, sentí una extraña sensación de ternura. Había quien acariciaba las manos de mi padre, le hablaba, después le dio un beso en la frente y le dijo: "Hasta mañana, campeón". Me sentí extrañamente acariciado y extrañamente pequeño. Hoy, sigo como Llach : incapaz de describir el misterio y la plenitud de la ternura.

*Periodista