Acudiendo al horror televisado de estos días en París, me detengo en el sufrimiento de cientos de personas para quienes la vida ya nunca será igual. Y me preguntó por qué. Por qué matar, destruir es tan fácil y qué pretenden conseguir con ello. Si acaso, venganza; quizá, más dolor. Y sigo sin explicarme por qué el ser humano puede llegar a cometer actos de crueldad tan terribles haciendo exhibición de su cara más ¿animal? Ellos seguro que son más nobles que los terroristas que atentaron contra gente inocente que, como usted y como yo, solo quieren, aquí y allí, disfrutar de una noche cualquiera en una ciudad inolvidable. Por eso hace falta resistir. Y golpear si es preciso. Nunca he defendido el ojo por ojo, pero la situación requiere de la contundencia que las autoridades francesas están mostrando. Determinación ante quienes quieren matarnos. ¿O hay alguien que piense que existe otra cosa en las cabezas de los agresores que no sea la de hacer el mayor daño posible? No hay derecho. No se puede vivir con miedo. Las sociedades democráticas se diferencian de las fanáticas y totalitarias porque toleran, porque dejan la puerta abierta a otros colores de piel, a otras lenguas. A otras religiones. Porque aceptan al ser humano, venga de donde venga. Esa es la gran diferencia. No imponen un canon de actitudes ni de obligaciones. Sencillamente, permiten al individuo crecer y vivir en paz, eligiendo el camino y apostando por su vida. Por eso, hoy más que nunca, estas frases quieren ser una defensa de la libertad que nos ganamos cada día, con sus imperfecciones, con el afán de mejora que a todos se nos debe exigir en una sociedad que vota y decide por sí sola. Que vengan a tratar de arrodillarnos, que traten de acabar con nosotros porque somos así, debe ser combatido con rotundidad, sin fisuras. Solo así conseguiremos que nuestros hijos puedan crecer sin terror.