La dinámica de atentados suicidas protagonizados por activistas chechenos en Rusia pone de relieve que cada vez cuesta más distinguir la actitud de las dos mayores potencias mundiales frente al terrorismo islámico. Es cierto que los ultras chechenos contribuyen con sus acciones violentas a justificar una progresión autocrática del régimen ruso. Algo no muy distinto de la dinámica que ha provocado Al Qaeda, el grupo terrorista del millonario saudí Osama bin Laden, en Estados Unidos. Pero el control de los medios de comunicación, la desinformación, la erosión genérica de las libertades públicas y los ataques indiscriminados y violentos contra la población civil parecen ser las armas compartidas en el combate universal contra el terrorismo.

En ambos casos se trata también de implantar una democracia tutelada --los rusos en Chechenia y Estados Unidos en Irak-- que sin embargo no termina de arraigar. Mientras, tanto rusos como estadounidenses siguen sufriendo un desesperante goteo de bajas. Frente a todo ello debería señalarse que, con todos sus problemas y carencias, la vieja Europa que no se pliega a las instrucciones de Washington no ha entrado en ese tipo de dinámica. Aún existe un cierto sentido común en Occidente.