El mando militar de los aliados, exasperado por una fuerte resistencia iraquí, utilizó ayer en el cerco a la ciudad de Basora la artillería pesada. Es intolerable, porque el desenlace final de la guerra no depende de conquistar la ciudad que, rodeada y neutralizada, no impide alcanzar el objetivo central: la toma de Bagdad y la caída del régimen de Sadam Husein. Si lo que se quiere es proveer ayuda humanitaria a la población, que permitan el paso a la Cruz Roja.

La expedición militar anglo-norteamericana es una herramienta política cuyos objetivos se supone que siguen siendo liberar a Irak, no liquidarlo. Mal que bien, los mandos militares lo demuestran limitando las operaciones de su poderosa fuerza aérea, que actúa sin la menor oposición y que se abstiene de bombardeos de saturación que acelerarían el fin del régimen de Sadam, pero serían innobles e inaceptables.

Basora se ha convertido en el test previo de hasta dónde están dispuestos a llegar Bush y Blair --a Aznar ya ni le convocan-- en el manejo de su maquinaria bélica, que hasta ahora sólo estaba previsto que mostrara su potencial, si no había más remedio, sobre Bagdad. En ese envite se juegan su imagen, ya muy cuestionada.