Sucedió hace once años, y no he vuelto a saber nada más del tema.

Las noticias se suceden unas a otras sin pausa, y el tiempo apenas da para conocer el final de algunas historias.

Otras, se quedan siempre inconclusas, como esta.

En octubre de 2007, un chico con la cabeza rapada (lo que nos tranquiliza adjudicar enseguida un origen marginal, o desfavorecido a un agresor), la emprendió a patadas con una joven ecuatoriana.

El video muestra al chico en el momento de la agresión, pero sobre todo muestra la impasibilidad de los demás viajeros, ese eterno mirar hacia otro lado que se hace más patente que nunca.

Escribí una columna entonces. No podía entenderlo. Había más gente en el vagón, desde luego la suficiente para sujetar al chico, que no esgrime ninguna navaja o pistola, solo su violencia. Eso no lo pueden saber los otros, los espectadores pasivos que fingen no darse cuenta de nada.

El miedo es lícito. La cobardía también. Quién puede asegurar que la intervención no conlleva una herida, un golpe, no regresar sano y salvo a casa después del trabajo.

Nadie sabe cómo reaccionar en un caso así. Hablar por hablar en la tertulia del café no basta. Existen estos momentos, pocos, que constituyen la piedra de toque del carácter humano.

Cómo respirar hondo, levantarse del asiento y recriminar su actitud al chico, contenerle, advertirle de que su acción no puede quedar impune.

He recordado estos hechos al leer la noticia de la terrible violación que ha sufrido una mujer cuando caminaba hacia su trabajo.

Al menos tres personas hicieron caso omiso a sus peticiones de auxilio. Quién baja el terraplén, quién se atreve.

El chico de 2007 sonríe en la foto que se filtró a la prensa. Creo que hasta llegó a pedir dinero por intervenir en algún programa.

De los viajeros no se dice nada. Ahora tampoco. Debe de ser duro volver a casa, cenar, besar a los hijos, acostarse.

Cerrar los ojos y olvidar los gritos, el golpe, ese momento justo en que pudimos ser personas y demostrar el coraje de enseñar a las bestias que son ellas las que están solas.