Cuando tú no estás, se oye con fuerza un tic tac. Es el reloj del abuelo. Tan serio, tan colgado de su pared, tan grave en sus campanadas, tan de antes,… El abuelo le daba cuerda cada día. Subía las pesas, escuchaba los cuartos. Si él viviera no tendría que preocuparme por darle cuerda. Si tú estuvieras aquí, no oiría, triste, cada triste día, el triste tic tac de los relojes.

A veces se para. Me da pena, más por mí que por él; él tiene alas, y sabe volar. El reloj se está muriendo. Creo que echa de menos al abuelo. No sé qué decirle. No sé como decírselo. Le miro. Me mira. Él ya sabe que tú no estás. Inmisericorde, me arrastra enganchado a sus agujas mientras su tic tac me repite la letanía del te has ido. Algún día, en algún sitio,... como a despecho de las horas que nos quedan.

¿Cómo te irá? ¿En qué viaje andarás? Me bailan los pensamientos,… péndulo va, péndulo viene, y vuelta a empezar. Sin relevo. ¿Qué habrás hecho hoy? Y repito, así como un pronombre, tu nombre. No sé las respuestas. Empiezo a confundir las preguntas. Pero aún sé que, allá donde estés, el mismo sol nos calienta. A ti y a mí. El mismo sol que sale cada día para que el reloj marque las horas. Para que su tic tac, en tus labios, se venga conmigo. Porque la noche, ahora que te has ido, me da miedo. Porque, cada día, la luz me trae la ilusión de saber de ti. De buscar el sol naciente en las playas del levante. De buscar un camino más allá de los mares del ocaso. Sé que, donde tú vivas, ha de sonar también un tic tac. Algún reloj habrá. De colores,… chico o grande. ¿Lo oyes? ¡Óyelo tú también, y, en su dulce compás, oye que te recuerdo!

Nosotros bien, a Dios gracias. Él me mira. Yo le miro. Me río. Son cosas que pasan, me digo. Cenamos temprano,… los dos solos. El reloj y yo. Y reímos los dos. A carcajadas. Así, como los locos. De primero: ausencia. De segundo: dolor. De postre: renuncia. Y, como nos quedamos con hambre, repartimos en dos bocados, como hermanos, tu nombre. Pobre menú el de estos dos pobres; desde que tú te has ido cautivos en esta casa. Desde que suena con fuerza de gigante su tic tac. Cada día, como una condena. Como si no estuvieras,... Como avisando que no has de volver. Tic, tac. Tic, tac.

Está anocheciendo. Quiero dormir. En la oscuridad escucho bombear el tic tac, otra vez. Una… y luego otra. Otra… y luego una. Nunca hay premio en la ruleta del te quise. Sólo volver al castigo. Por bravo he de beber el amargo beso de la soledad. Ah…, si el abuelo viviera,… no tendría que preocuparme por darle cuerda. Y si tú estuvieras aquí, olvidaría darle cuerda. Campanadas de medianoche,… mortaja nueva cada vez que me parten el pecho. ¡Perfectas! ¡Exactas! Como una oración: ¡Jesusito de mi vida, eres niño como yo!

Esta mañana ha muerto el reloj del abuelo. Se le partió el áncora. Acerqué el oído a su corazón de metal, no tenía pulso. Ni siquiera tic, tac. Estaba viejo,… viejo, apolillado y torpe, como el abuelo. Como yo sin ti. «Ya no suenan las guitarras, ni los bajos guitarrones,… ya se han secado las flores…» Dos operarios de basuras se lo llevan. Su caja de madera le sirve de ataúd. ¡Tantas veces como los dos nos hemos preguntado dónde estarías y, ahora, sé que en ese ataúd vamos los tres! Por los tres recé,… y aún le oí, al reloj ya muerto, antes de marchar al vertedero, pronunciar tu nombre.