Tengo una mala noticia, lo siento: el tiempo pasa cada vez más deprisa. Incluso el futuro ya no es lo que era. A pesar de que el tiempo no ha dejado de medirse por segundos, minutos y horas, desde hace algunas décadas parece que se midiera sólo por semanas, meses y años, y a su vez estos son cada vez más veloces. Se habla del cambio climático y de sus efectos, de las incidencias que está produciendo el hombre en el medio ambiente, pero creo que, asumiendo y con el mayor respecto y preocupación esta realidad, no estamos sintiendo directamente sus consecuencias aún (aunque lo haremos), pero sí estamos sintiendo las consecuencias de la aceleración temporal. No es que el frío llegue antes o después, o que el calor llegue después o antes, sino que ahora los meses se saltan unos a otros a ver quién llega primero, también por nuestra responsabilidad, pero la causa es diferente. Me explico: si ahora las navidades comienzan el uno de diciembre, no podemos exigir al meteorólogo que espere hasta el uno de enero para colocar el frío polar en el mapa, pues las luces de las calles le exigen que acompañe su discurso. Así el invierno anda un poco descolocado, el verano despistado, la primavera triste como si fuera otoño, y el otoño quién sabe; pues la naturaleza intenta seguirnos y la tenemos perdida. No hemos sabido entendernos ni entenderla, vamos saltando por arriba, con la clara intención de alcanzar la meta evitando el proceso, que es lo que reclama esfuerzo y reflexión. Y aquí estamos, con la obligación de tener buena cara, con sonrisas para todo el mundo, celebrando la bondad y agradeciéndonos lo compasivos y solidarios que somos, ya que sólo durará un flash y a otra cosa mariposa. Nada de evaluar por qué y para qué pues no hay tiempo que perder y casi es primavera.