Se ha presentado el otoño con un cortejo de hojas secas y de pasmosas incertidumbres, llenándose el panorama de presagios sobrevenidos, como si una suerte de despropósitos se hubieran conjurado con un pretexto urgente.

A falta de una mejor ocurrencia, desde el nacionalismo y el independentismo se está trabando una maraña obsesiva al objeto de socavar los cimientos que dan coherencia y cohesión territorial, tratando de deslegitimar el valor de los símbolos, arriando las banderas, manteniendo actitudes incendiarias impropias de estos tiempos, perpetuando así esa escenografía de sempiterna reivindicación, en un gesto de absoluto desprecio manifestado en una nueva forma de rechazo hacia todo lo que tengan que ver con alguna causa común, como el lenguaje, la unidad de jurisdicciones, las costumbres, las instituciones y cuanto representan, relegando al Estado hacia posiciones residuales, y todo ello con el solo objetivo de alimentar un larvado proceso identitario, cuyo último peldaño esconde la llave de la autodeterminación.

Y mientras Ibarretxe con una arrogancia desafiante pretende echarle un pulso al Gobierno, en un discurso de abierta deslealtad constitucional poniendo nombre y fecha a su plan soberanista, arrogándose unas prerrogativas que no tiene otorgadas, como las consultas y referendos populares, otros como el tripartito catalán, construyen un modelo de permanente egolatría, actuando bajo una carcasa victimista de velado pragmatismo, algo que les permita obtener algún tipo de ventaja o de privilegio respecto a los demás, merced a una política insolidaria, que al socaire de una reforma estatutaria que todavía no ha obtenido el visto bueno del Tribunal Constitucional, no muestra el menor pudor en blindar bilateralmente unos presupuestos, a resulta de los cuales entre Cataluña y Andalucía se quedan con el 40% del pastel.

Y no conforme con esto, orquestan desde sus juventudes una campaña de desprestigio contra el Rey ante la pasividad cómplice de los agentes del orden y la ambigua connivencia de alguno de sus dirigentes, y en un gesto más de audacia oportunista tratan de añadir más leña al fuego sirviéndose de los parlamentarios de Entesa, quienes han presentado en el Senado una iniciativa para sustituir al Rey como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, contraviniendo los preceptos constitucionales y poniendo sobre la mesa un debate sobre monarquía o república que no se corresponde con ninguna de las inquietudes que tiene planteadas esta sociedad, abriendo la espita para que algunos medios de comunicación, olvidándose del papel que representó la Corona durante la Transición, den pábulo a una serie de comentarios y de maledicencias que cuestionan a la monarquía y a la familia real.

XCUALQUIERx reivindicación es lícita siempre que se realice dentro de los cauces legales, pero también a aquellos que pretendan transgredir las normas infringiendo con ello las leyes, les corresponde asumir las responsabilidad que se deriven de sus actos, no es lícito y no puede salirle gratis el revestirse con el traje de la impunidad institucional a quienes organizan de forma reiterada campañas desestabilizadoras y radicales que ponen en riesgo el Estado de Derecho.

No se trata de aplicar el principio de reciprocidad como contrapartida, ni de exacerbar un fervor patrio, ni de caer en la exaltación de un sentimiento nacional chovinista, sino de defender sin tibieza este marco de referencia que entre todos nos hemos otorgado y que se ha manifestado como un eficaz instrumento vertebrador sobre el que asentar las bases de nuestro modelo de habitabilidad.

Cuando el debate político pretende regirse por otros parámetros, alejándose del manido paisaje de la deriva estatutaria y del diálogo pacifista, cuando el Gobierno trata de congraciarse con la ciudadanía a través de una batería de medidas sociales, o cuando está abierto el debate para aprobar los Presupuestos Generales del Estado que son la esencia de la que se sirve el Gobierno para explicitar sus intenciones, o cuando los partidos se afanan por ofrecer alternativas y propuestas concretas de cara al inmediato proceso electoral, hay quienes no se resignan a dejar de ocupar el centro del debate político, quienes pretenden, bajo una nueva forma de autismo, perpetuar el monotema, actuando como esos artistas casposos a quienes no les importa llenar de fango lo que queda de su dignidad, con tal de no desaparecer de los escenarios del cotilleo, como si tuvieran la certeza de que en la persistencia de sus actuaciones histriónicas radicara sus escasas posibilidades de éxito.

Con repetitiva irreverencia los independentistas han manifestado que están cansados de España, sin darse cuenta de que nadan a contracorriente, pues cuando la mayoría de los países están dispuestos a renunciar a parte de su soberanía para integrarse en entidades supranacionales, ellos siguen parapetados tras un lenguaje anacrónico, rancio y exclusivista, como si se hubieran emborrachado de un orgullo provinciano y localista desde el que pretenden reescribir la historia.

*Profesor