A pesar de que se acerca la Navidad, vivimos unos tiempos enojosos. A veces España se me antoja un país maltratado y sus habitantes también. Dirán ustedes que para sí quisieran ese maltrato lugares como Haití, golpeados sin perdón por la mano inmisericorde de los elementos, el hambre, la enfermedad, la violencia y el olvido del resto del mundo. Territorios malditos por los que cabalgan los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Y tendrán razón. Pero habitar en el primer mundo, ser ciudadana europea y formar parte de lo que todavía es la novena potencia mundial supone acostumbrarse a ciertos modos democráticos, de convivencia, de bienestar económico, político y social, de garantías y de seguridad a los que una no está en condiciones de renunciar. En unos momentos en los que el Gobierno busca los apoyos necesarios para prorrogar un estado de alarma que en mi modesta opinión solo debería haberse empleado como intervención quirúrgica para un caso de urgencia, seguimos en la UVI. Puede parecer eficaz tener a unos señores poco de fiar bajo un mando militar ejemplar y comprensivo con el que dicen estar encantados pues los tratan mucho mejor que AENA con sus tiránicos modos. Pero alargar esta excepción que recorta los derechos civiles de un colectivo, por muy odioso que sea, sienta precedente y provoca cierto vértigo. Porque si se sospecha que el Gobierno se está pasando por el forro las garantías constitucionales de unos pocos, --ilustres juristas no encuentran justificación en este apurado encaje de bolillos--, si puede hacerlo con algunos, independientemente de que sean unos indeseables, ¿quién garantiza que no lo repita con cualquiera? Con usted el primero si alguna vez lo precisa. Rubalcaba prometió que el caos no se iba a volver a repetir. No sé si estaba en su mente utilizar un mecanismo de restricción de las libertades democráticas para presionar en la negociación con todo un colectivo con el que se estrelló impotente Blanco y muchos otros antes, incluido el PP, pero también Borrell . Solo intuirlo da miedo.