WHw ace apenas una semana, las previsiones sobre el éxito de la 16 Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático celebrada en la ciudad mexicana de Cancún eran pesimistas. El objetivo de renovar el protocolo de Kioto (Japón), con validez hasta el año 2012, era poco menos que una utopía que chocaba con la realidad que ya se ha hecho explícita en muchas otras ocasiones.

Mientras los países industrializados seguían abogando por una drástica reducción de las emanaciones de CO2 a la atmósfera, las llamadas potencias emergentes exponían sus notables divergencias y los países pobres reclamaban unas justas compensaciones.

Además, Estados Unidos y China, los dos países que contribuyen más al calentamiento con sus emanaciones de gases de efecto invernadero, no tenían --ni tienen-- ningún compromiso claro y firmado en este sentido.

La acumulación de intereses dispares ha provocado, a lo largo de los últimos años, una continua sensación de fracaso, y la ONU no ha podido dirigir una decidida actuación mundial para evitar que se llegue, de aquí a una década, a una temperatura global superior en dos grados centígrados a la del inicio de la era de la industrialización, que causaría catástrofes ambientales en todo el planeta.

Después del fiasco de conferencia de Copenhague, Cancún se anunciaba como un simple trámite de buenas intenciones y pocas concreciones. Pero ha saltado una tímida sorpresa. Sin lanzar las campanas al vuelo, se ha dado un paso adelante significativo. No ha habido, como era previsible, acuerdos vinculantes, pero hay un tácito reconocimiento de la urgente estipulación de un control universal. Los 193 países, incluidos China y EEUU, han firmado un acuerdo de mínimos en el que se reconoce que se deben controlar las emisiones de CO2 del 25% al 40% respecto de 1990.

La intervención de Naciones Unidas en el control --sujeta como siempre a sutilezas diplomáticas, por supuesto--, la voluntad de no dejar tiempos muertos entre la finalización de la vigencia del protocolo de Kioto y el alumbramiento de un nuevo tratado y la respuesta positiva de las oenegés permiten ver un futuro más optimista.

Pero queda mucho camino por recorrer. En Durban (Suráfrica), en el 2011, se abrirá un nuevo capítulo de esta lucha contrarreloj por la supervivencia y en contra de la sinrazón.