WCw ómo se construyeron las pirámides de Egipto puede ser un misterio, pero la manera de gestar una pirámide financiera es conocida desde hace casi un siglo. Basta con atraer inversores ávidos de obtener beneficios por encima de lo razonable y hacer que funcione el boca oreja para captar a otros, cuyo dinero no va a inversiones reales, sino a retribuir el porcentaje prometido a los primeros incautos. Hasta que alguien reclama lo que le habían prometido antes de tiempo y todo se derrumba y se desbarata la pirámide. Montajes de este perfil han sido frecuentes entre personas que se caracterizan por ser menos sensibles al cálculo que al contagio de la llamada del dinero fácil. Pues bien, ese principio quedó anulado el pasado viernes cuando se supo que también hay pirámides para ricos muy ricos, gestadas desde el mismísimo interior de la Bolsa de Nueva York y con damnificados en medio mundo, incluidos los principales clientes de bancos españoles como Santander y BBVA.

Uno de los operadores de Wall Street más reconocidos y con mayor currículum, Bernard Madoff, amparado en su prestigio de cofundador del Nasdaq --el mercado de valores tecnológicos, del que fue presidente--, así como de una sólida reputación social entre las clases adineradas de Nueva York y Florida, aderezado con una calculada presencia en organizaciones benéficas, acaba de ser procesado por estafa --aunque la palabra que mejor cuadra para este asunto es timo por muy de altos vuelo financieros que sea-- por un montante que supera los 37.000 millones de euros. El propio Madoff, cuando ya estaba acorralado, reconoció su responsabilidad ante sus dos hijos --principales directivos de su agencia de valores y todo parece indicar que ignorantes de la trama--, y ahora se dispone a hacerlo ante los jueces.

Cuesta creer que Madoff fuera tan hábil que pudiera sortear los controles de los auditores y de las autoridades bursátiles de Nueva York. Más bien hay que inscribir este bochornoso capítulo, cuyos damnificados no van a ser solamente clases acomodadas --como se ve, las más enfermas de codicia--, en la grave dejación de responsabilidades que ha acompañado la política neocon de adoración del libre mercado, del que hasta Bush ha terminado abominando, y relajación de controles. Después de Madoff, hay que investigar también a cuantos debieron vigilar y no lo hicieron, fuera por negligencia o por complicidad. Y, como en España hay cientos de afectados, con independencia del buen estado de su cuenta corriente, es exigible que la investigación que llevan a cabo el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores aporten toda la transparencia. Con el timo descubierto en Wall Street, la desconfianza hacia la banca ha vuelto a ganar enteros.