Casi cada semana, en este país, un locutor o locutora de televisión cuenta, anota y así informa al público de un "nuevo caso de violencia de género". Todo entrecomillado. Porque ni es nuevo, ni se es sólo género, ni simple violencia, asesinato, sino que es que un hombre degüella (o tira por el balcón o atropella con el coche) a una mujer que, precisamente, fue emocionalmente suya.

Enferma la sociedad como está, la información se recibe, se exclama "oh", se murmura "otra más" y, después, el resto de las noticias.

Ni las mismas mujeres somos capaces de reaccionar. Ni los hombres, hombres del mismo género que los que degüellan o rocían de gasolina o estrangulan, se levantan para hacer algo efectivo que pueda reseñar ahora. Una pantalla de plasma, una voz, un nombre, una nacionalidad, un método u otro, el charco de sangre y la ambulancia.

Y así, todo el mundo informado, todo el mundo al tanto, se va preparando el próximo crimen, muy cercano, larvado entre las paredes que oyen y callan en las casas de las víctimas y los verdugos, y todo esto lo vemos todos, y todas, eso sí, con nuestra mezquina vista gorda.

M. Francisca Ruano **

Cáceres