El título de esta columna no se refiere a aquella controvertida obra de Hernán Migoya, sino sobre ese pensamiento bien escondido que inevitablemente aflora de vez en cuando. Más de lo deseado.

La última muestra nos la dejaba Emilio Calatayud este lunes en ‘La Mañana de la 1’. Una autoridad: un juez de menores. Durante un debate sobre los peligros del uso de las redes sociales entre los jóvenes. Su Señoría vertía el siguiente mensaje en la televisión pública: «Perdón por la expresión. Tomarlo bien ¿eh?» (este tipo de frases ya encienden la alarma, porque sabes que nada bueno puede ir detrás). Continúa: «pero las niñas actualmente» (una vez más, a poner el foco en las víctimas), «se visten como putas». Tal cual.

Algunos tertulianos le rebaten, con el argumento de que «no hay que generalizar». ¿Generalizar? El problema no es sólo Calatayud, que ya de por sí es grave que un juez tenga esa narrativa, sino que el contraargumento demuestra que el foco sigue estando del lado equivocado. Parece que resulta más fácil culpabilizar a las niñas que a los agresores. Lo trágico es que cuando ocurren casos, los ojos siguen yendo a la víctima, a su actitud, a lo que llevaba puesto, a si se lo ha buscado, y no al verdugo. Doble víctima pues: de la agresión y del posterior escrutinio social.

Para intentar enmendar sus palabras, Calatayud escribía en su blog personal: «he dicho, hablando de los peligros que pueden encerrar las redes sociales para los menores, que hay niñas que se fotografían como putas y luego suben esas fotos a las redes sociales. Olvidé decir, pero lo digo ahora, que también hay niños que hacen exactamente lo mismo».

El juez sigue recriminando al dañado. Varón o fémina. Y el tufillo machista, amparado en la «libertad de expresión» no se va. Porque en este mundo por lo general las damnificadas suelen ser ellas. Porque todavía hoy es noticia que un país tan querido por las democracias occidentales como Arabia Saudí vaya a permitir conducir a las mujeres. Unas mujeres que en cualquier caso van a seguir necesitando el permiso de sus respectivos ‘guardianes’ para la mayor parte de sus actividades diarias. Queda mucho por hacer.