Vivir es convivir, y la convivencia es civismo. El civismo debe contemplarse desde una perspectiva ética, jurídica y política, y va más allá de las reglas de buena educación y de cortesía. El civismo se basa en actitudes de respeto y tolerancia con el ejercicio de los derechos y libertades de todos, incluidos los que son diferentes a nosotros en costumbres, moral y religión. No podemos dejar al margen la buena educación de la sociedad, ya que los seres humanos convivimos dentro de unas reglas, unos símbolos y unos protocolos cuyo valor social es indiscutible. Como decía Victoria Camps, "la buena educación es la manera externa de tratar bien a los demás, con delicadeza, de una manera amable y generosa". Vivir es convivir. Con esta frase recordamos lo que Aristóteles dice en su obra Política: "Todo hombre es un animal cívico". Para llevar a la práctica este civismo tenemos una herramienta muy importante, el lenguaje, mediante el cual podemos mejorar la convivencia. La globalización, el pluralismo moral y religioso y la desigualdad Norte-Sur nos orientan hacia el cosmopolitismo y renuevan la idea de Kant de que haya una ciudadanía mundial regida por el derecho y la justicia. En un mundo globalizado es necesario revitalizar la conciencia cívica mundial y exigir a todos los gobiernos que impulsen, al amparo de la ONU, los valores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El hombre, que domina la ciencia y la tecnología, tiene que cambiar a fondo la política y el modelo económico y social e ir a un desarrollo sostenible. Este cambio es un deber de civismo y de ética que evitará daños irreversibles en la Tierra.

Mari Carmen Lozano Pareja **

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