WLw as recientes elecciones presidenciales celebradas en Irán, culminadas con la reelección previsible del presidente Mahmud Ahmadineyad, vociferante profeta del final de la era del capitalismo y de la democracia liberal, han subrayado de manera harto teatral los límites estrechos de la libertad otorgada por los ayatolás y el despiste que tienen algunos de los antagonistas que, confundiendo claramente sus deseos con la realidad, habían dado la impresión engañosa de que era posible tras los comicios el éxito del candidato alternativo, el también líder conservador Mirhusein Musavi.

No menos previsibles eran las irregularidades o el fraude masivo que han provocado la confusión y las violentas protestas que solo afectan a los sectores minoritarios de Teherán, reformistas y liberales, además de algunos intelectuales y estudiantes, que denuncian el simulacro y se sienten frustrados por el intervencionismo asfixiante, la violación sistemática de los derechos humanos y la perpetuación del régimen teocrático.

La ruidosa campaña electoral en Teherán y a través de las ondas, con aires de falso plebiscito, estuvo perfectamente dosificada y controlada por los que detentan el verdadero poder, el Consejo de los Guardianes de la Revolución, representantes no elegidos de la clerecía chií, cuya cabeza visible es el ayatolá Alí Jamenei, el Jurista Supremo , Guía o caudillo que puede vetar cualquier ley.

Todos los candidatos tuvieron que pasar por el cedazo oficial y todos son fieles seguidores del credo religioso y la ideología conservadora que impregna todo el sistema. La maquinaria gubernamental estuvo detrás de Ahdmadineyad, la televisión la controla el Gobierno y la élite comercial del bazar está aparentemente satisfecha.

Las cosas seguirán como hasta ahora en Irán y en sus relaciones con el mundo.

Ningún cambio a la vista en la política nuclear y contra Israel que tiene en vilo a Estados Unidos y la Unión Europea. Las ambiciones y las rencillas de los ayatolás jamás llegan a la plaza pública, aunque la efervescencia electoral puede ser el síntoma de una pugna sorda en la cúspide del poder susceptible de debilitar los equilibrios de la República en el momento en que tiene que mantener su desafío mundial y en especial su diálogo con el presidente americano Barack Obama.

La prudencia de las reacciones internacionales confirma el fiasco de los que habían apostado por el candidato perdedor, mientras crece el desánimo de los defensores de los derechos humanos ante uno de los regímenes más represivos del mundo.