VOLUNTARIADO

Lo que no se dase pierde

María de la Maza

Ya lo decía el Ortega y Gasset: "Las cosas buenas que por el mundo acontecen obtienen en España solo un pálido reflejo. En cambio, las malas repercuten con increíble eficacia y adquieren entre nosotros mayor intensidad en parte alguna". Y eso me viene a la cabeza cuando veo el telediario, leo los periódicos... Solo veo la parte mala del mundo --que por supuesto debemos conocer-- pero echo en falta la humana y solidaria. ¿Dónde están las miles de personas que dedican su día a día a ayudar a los demás y a intentar que este mundo sea un lugar mejor? ¿Por qué no muestran a esos jóvenes que pasan su verano haciendo voluntariado? Me niego a pensar que la mayoría de la gente se dedique a perder el tiempo sin hacer nada. Ojalá llegue el día en que interese más mostrar a esa gente que hace suyo el proverbio indio "todo lo que no se da se pierde" que los cotilleos de Pantoja y compañía.

CONCILIACION LABORAL

Ideal, pero imposible

Pedro Bravo

El Gobierno ha anunciado que en septiembre empezarán a trabajar el tema de la conciliación de la vida laboral y personal, entre otras cosas, porque en España se trabajan de media unas 300 horas más al año que en el resto de Europa, mientras la productividad es una de las más bajas de la UE. Mi deseo es que las empresas tomen nota de esto y actúen en consecuencia, pero esto es un arma de doble filo porque, por una parte, ¿quién controla que la conciliación se produzca? ¿Los directivos? Y por otra, ¿los trabajadores se van a jugar el empleo para que se instaure? Espero que tengan más suerte que yo, que después de 15 años trabajando en Repsol como jefe de zona, solicité un estudio psicosocial de mi puesto de trabajo y desde Recursos Humanos me respondieron con un pliego de cargos; ni siquiera me preguntaron por qué lo pedía. Les dio igual que yo tuviera un jefe de Palma de Mallorca que no tenia aquí a su familia, por lo que los horarios para él no existían; tirar de móvil sin mirar el reloj era lo habitual, además de no ponerse en la piel de sus empleados, que sí tenían una familia que atender. Hice el pliego de descargo pero tenía claro que no valdría para nada, había visto muchas veces la misma maniobra y siempre acababan igual, con despido. Casi dos meses después, la carta de despido. Y cinco meses más tarde, Repsol reconocía la improcedencia del despido y me indemnizaba sin entrar a juicio. Señores del Gobierno, la conciliación sería ideal, pero sospecho que no será posible sin un cambio de mentalidad.