LA CIUDAD RUIDOSA

Ruido

María Francisca Ruano

Cáceres

El silencio es un contrario, dicho mal y pronto. Bien dicho, también, y para siempre. La ciudad es ruidosa. Sus calles, plazas, esquinas, sus motos, vehículos, sus muchachos, los fines de semana lo son, las obras que se acometen "en bien de la comunidad", el cambio de útiles y materiales viejos por nuevos, en recintos privados o púbicos, la conversación igualmente, la oral o la virtual, sus lunes, miércoles o domingos, sus grandes almacenes y lugares de ocio, sus discusiones y alegrías, las fiestas de guardar, sus días y, por supuesto, las noches.

La ruidosa ciudad no parece ser partidaria de lo que es calma, sosiego y tranquilidad. Está inmersa en el alboroto y sonidos estruendosos, vozarrones, bullicio,... En Portugal, sin ir más lejos y bien que se sabe, este vecino habla bajo y en sus cafés o en sus playas se les ve perfectamente escuchar también el sublime sonido del silencio.

IGUALES PARA TODOS

Coincidencias reales

Alberto Becerra Montero

Madrid

Juan Carlos I recibió un aplauso histórico en el Parlamento cuando dijo que la ley era igual para todos; después aclaró que hablaba en general, sin referirse a su yerno Urdangarín, cuyos negocios estaban esos días en los titulares de prensa. En Oviedo, su digno hijo recibió también muchos aplausos cuando afirmó que ciudadanos e instituciones están sometidos por igual a la ley, mientras que en a las puerta del Teatro Campoamor, en el que pronunciaba esos bellos principios generales, eran reprimidos, contra la ley de leyes y la expresa autorización de la Justicia a su protesta, quienes reclamaban sus derechos; y todavía no le hemos oído a Felipe VI denunciar que ese atropello va directamente y desacredita su profesión de fe democrática. Me pregunto si esa es una, aunque lamentable, curiosa, o indica una asombrosa continuidad real.

CORRUPCION

Un blasfemo contumaz

Pedro Serrano

Valladolid

Soy uno más de esos ciudadanos que no puede dejar de mascullar una blasfemia cada vez que se entera de un nuevo caso de corrupción. Y como los casos son tantos y tan gruesos, sin darme a penas cuenta, me he convertido en un blasfemo contumaz. Pero no crean que solo blasfemo contra los corruptos, no. Blasfemo sobre todo contra los políticos que, en último término, son quienes deberían promover las leyes y los medios para poner coto a la incompetencia, al pillaje, al latrocinio, a la indecencia.

Ahora, desde que los casos de corrupción ocupan la primera plana de los periódicos y son el comienzo de los telediarios, mi enfermedad ha ido en aumento. Ahora blasfemo por casi todo. El otro día, por ejemplo, lo hice al escuchar a Cospedal decir que el gobierno de Mariano Rajoy ha impulsado una ley de transparencia, y medidas de regeneración democrática que busca consensuar con todos los partidos.