ELECCIONES

¿He ganado?

Diego Mas Mas

Madrid

El humorista de un diario capitalino ha ganado. Dibuja a un Rajoy con el traje hecho girones y magullado, que apenas se tiene en pie, que pregunta: "¿He ganado?". Y no se refiere esta vez al Barcelona-Madrid, como muestra la banderita andaluza que lleva en la mano y que, copiada en blanco y negro en internet, parece ser la española y lo que se repetirá quizá en breve a escala nacional. Es el Rajoy típico, que no acaba de enterarse que la crisis no ha pasado para nada para la inmensa mayoría de la población, como no se enteró de quién era el enemigo el 11M, y perdió ante Zapatero. La historia se repite; y este año, al parecer, lo hará tres veces. Como bien dice junto a esa aguda sátira un columnista si Carrillo tuvo el mérito de acabar con el PCE, el Rajoy parece ser el hombre providencial, que acabe con el PP y el bipartidismo.

LA ELECCION

No somos inmaduros

Julio Lozano Ramos

Madrid

Mi ayuntamiento, con mi dinero, intenta engañarme. Paga mil anuncios en los medios en los que dice: "No puedes escoger el sexo de tus hijos, pero sí el colegio donde educarlos". En realidad, la ciencia me permite escoger niño o niña, pero las autoridades no me dejan hacerlo. Digan pues que no es legal, no que no se puede. Esos políticos autoritarios se escudan para esconder esa prohibición en el posible abuso de esa libertad, por machismo, por ejemplo. Nos quitan de antemano la libertad que la ciencia, y Dios para los creyentes, nos ha dado.

VIAJAR

Cinco cuentos sin cuento

María Francisca Ruano

Cáceres

Eran --quién sabe hasta cuándo-- cinco muchachas y muchachos, tres ellas y dos ellos, que volverían por la misma carreta de esa Sevilla perfumada al atardecer y que aterrizaron al lado para aguardar el resto del viaje. Diecinueve, veintiuno. Sin la tempestad de la coquetería, menudos, corrientes, pero nada vulgares. Siempre da un no sé qué dejar a la ciudad atrás entre ese río con barcazas y las torres culturales, los americanos y los japoneses mojando los churros en el chocolate ardiendo. Y fue cuando, más sin querer que queriendo, escuché cómo hablaban de las películas que habían visto en cines, cines pagando en taquilla, las que habían repetido, o los libros leídos que se habrían hecho antes, también de librería, porque la nombraban. No nombraron ningún móvil, nada de internet, no se mandaban correos, pero se besaban. No conocían la morcilla patatera y les preguntaban a ellos lo que hacían aquí para salir --en Cáceres-- y ellos le respondieron que iban al campo. Que también iban al campo, después de leer y salir de una sala de cine, y de comentar el último gran y lejano país que visitaron, Marruecos. La plaza de Marrakech en sus bocas pequeñas fue a la caída del sol como un toldo ligero y piadoso que cayó sobre el verdor de su verdad.