Los británicos han decidido darse más tiempo para sustituir la libra esterlina por el euro. El ministro de Economía, Gordon Brown, anunció ayer la decisión de aplazar la integración monetaria. Dulcificada con argumentos técnicos, como que el Reino Unido sólo cumple una de las cinco condiciones necesarias para adoptar la divisa europea, su intervención quiso equilibrar las diferentes posiciones que conviven en el Parlamento y la oposición del 62% de los británicos a abandonar la libra.

Los conservadores británicos aún recuerdan cuando el primer ministro John Major se vio forzado en 1992 a retirarse de la disciplina del Sistema Monetario Europeo y el consiguiente periodo de recesión económica. Su partido, principal agitador de la negativa a la integración monetaria, subraya aquellos acontecimientos y esgrime en su favor que el euro no es ninguna panacea, a la vista de la situación del empleo y del crecimiento en países como Italia, Alemania y Francia. El primer ministro británico, Tony Blair, está en la encrucijada. Pese al talante más europeísta de su formación política, a los laboristas les atemoriza convocar un referendo de adhesión que pueden perder. Seguirán dando tiempo a que el europeísmo político y económico impregne a una ciudadanía escéptica.