El pasado 8 de marzo se cumplieron en España cien años de la abolición de una norma injusta, la que obligaba a toda mujer que deseara cursar estudios superiores a disponer de una autorización pública que le permitiera acceder a la Universidad.

Esta Real Orden, aprobada en el año 1888, ha moldeado en nuestra memoria colectiva el recuerdo de Concepción Arenal , una mujer cuya inteligencia y tesón hicieron que se disfrazara con ropajes de hombre para poder asistir a las clases en la Facultad de Derecho de la Universidad Central, hoy día Universidad Complutense de Madrid. Otras mujeres contemporáneas de esta última, como Matilde García del Real , Inspectora de las Escuelas Municipales de Madrid, o Emilia Pardo Bazán , consejera de Instrucción Pública bajo el Gobierno de Romanones , propusieron en el Congreso Pedagógico de 1892 equiparar la educación femenina a la educación masculina en la enseñanza pública, sin que su propuesta tuviera resultado alguno. Sólo diversas instituciones se hicieron eco de su propuesta de educación mixta, claro antecedente de lo que hoy conocemos como coeducación, de entre las que destacan dos por su valor señero en el campo de la pedagogía avanzada. Una fue la Institución Libre de Enseñanza, que instauró dicha educación entre los años 1876 y 1938; la otra fue la Escuela Moderna del anarquista Ferrer y Guarda .

Ha llovido mucho desde entonces, y más que llueve aún en estos días. Los últimos datos hablan de una presencia mayor de mujeres que de hombres en nuestra Universidad, sin restricción profesional alguna. En 1870 setenta de cada cien mujeres eran analfabetas; durante el presente curso, cincuenta y cuatro de cada cien estudiantes son mujeres universitarias.

No obstante, cabría preguntarse si la incorporación de la mujer a la educación ha ido acompañada también de una presencia real y cualitativa de los contenidos coeducativos en el aula. La diferencia entre educación mixta y coeducación es, fundamentalmente, que en la primera se pretende alcanzar la igualdad jerarquizando los valores propios de lo que podríamos llamar una cultura masculina, que es la que marca la pauta sobre el modelo de enseñanza a seguir, priorizando saberes que tradicional e históricamente se han considerado masculinos y rechazando los femeninos, mientras que en la coeducación se atiende a la diferencia que marca la socialización de género, analizándola a fin de descubrir cuáles son los mecanismos que operan en la discriminación, a la vez que se actúa integrando tanto modelos masculinos como femeninos.

En consecuencia, la coeducación vela por la educación igualitaria de ambos sexos teniendo en cuenta, como dice Bente Orum , que no hay mayor discriminación que educar para la igualdad a quien ha sido socializado para la diferencia. Esta socialización de género opera, principalmente, a través del currículo oculto, término con el que se designa el conjunto de valores, normas, actitudes o prácticas cotidianas que se transmiten de diverso modo en el seno de la comunidad educativa y que no forman parte de la norma escrita. Por poner un ejemplo vigente de currículo oculto podemos acudir a la señalización de tráfico que advierte de la cercanía de colegios y que aún permanece en buena parte de nuestra geografía escolar, donde se magnifica la figura del niño frente a la de la niña,

Igual sucede con la cuestión del lenguaje. Como ya se ha señalado hasta la saciedad, no es sexista la lengua, sino el uso que se hace de ella. Llama la atención ver como aún se despiertan grandes pasiones y encendidos enconos en determinados foros cuando alguien pretende utilizar el lenguaje sin caer en la ambigüedad y la ocultación de género.

El sistema educativo establece, a través de la Ley Orgánica de Educación, que todo Consejo Escolar debe designar "una persona que impulse medidas educativas que fomenten la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres". Aunque es cierto que dicha figura existe en todos los Consejos Escolares, habría que ver si realmente goza de efectividad y dispone de los mecanismos y licencias necesarios para llevar a cabo su tarea. Tal vez una forma tímida de comenzar a desarrollar su labor sería insistiendo para que se cambien en el entorno de la comunidad escolar las señales antes mencionadas y que, indudablemente, socializan para la diferencia.

Hoy día todos podemos agradecer que, a finales del XIX, un reducido grupo de mujeres tuviera la valentía de iniciar una revolución en el mundo de la educación. Sin embargo, en cuanto a calidad de la misma se refiere, aún queda mucho por hacer. Como dice la escritora tunecina Hélé Béji , "el siglo XX fue el siglo de la liberación de las mujeres. Tal vez el XXI sea el de su libertad".