TLta primera vez que fui a los toros me hice pis. No por el cruento drama de la lidia, sino porque tenía cinco años y me dio vergüenza decirle a mi padre que no aguantaba. El y yo de la mano fuimos a la Monumental de Barcelona. Aún añoro la para siempre perdida sensación de seguridad que proporciona la mano de un padre cuando todavía pensamos que el nuestro es único --y lo es-- y que a su lado nada malo ocurrirá. Mucho antes de que la vida me enseñara que también los padres sufren la enfermedad, la vejez y la fragilidad, aquella mano poderosa era el parapeto de estabilidad y paz tras el que crecí. De aquella tarde no recuerdo ni el albero del ruedo, ni la gracia del pasodoble, ni el colorido festivo, ni la gloria de los toreros, ni la belleza del lance. A la salida, se me escapó el pis. Mínima entre un bosque de bajos de pantalones y algún que otro delgado tobillo, mucho genio, avergonzada y enfurecida, aburrida y decepcionada por el espectáculo lejano y atroz le espeté a mi feliz padre, --¡todo ha sido por tu culpa!-- y rabié ante sus carcajadas, sin comprender él mi drama ni yo su risa. Desgraciado estreno en la tauromaquia. Después me volví aficionada forzosa tras largas veladas ante la televisión cuando los hermanos escenificábamos la lidia, uno torero, otro toro y otro picador entre la sonora voz de Matías Prats . Algún jarrón murió con el trasiego y algún cristal jugando al fútbol. Fútbol y toros. Franquismo. Eso decían. Se murió Franco - Ni el Papa de Roma, ni los reyes ilustrados pudieron con los toros y pese a Jovellanos, Larra o Martín Santos , con todo su arte y su parte ni Goya, Lorca, Alberti, Picasso, Gerardo Diego o Hemingway , con su suerte y su muerte, hubieran sido ellos sin la Fiesta. Por no hablar de Bizet o Blasco Ibáñez . Ahora cuando oigo a tanto cursi igualar el dolor humano con el del toro --¡qué terrible el anzuelo para la heroica merluza!-- acoso, tortura y ablación del clítoris en el argumentario, me espeluzna ese frenesí prohibitivo tan buenista, sesgado y peligroso que apesta como pocos a moralina inquisitorial.