Esta mañana me he levantado con una serie de preguntas que aparentemente, o sin apariencias, podríamos denominar absurdas, o siendo un poco más condescendiente, irrelevantes. Aunque ya alguien dijo en algún momento que hacer visible lo obvio no debe ser tan disparatado cuando lo obvio, precisamente por obvio, es obviado. A lo que vamos, pues mi tendencia a irme por las ramas (debe ser el pasado de nuestra especie) es cada vez más preocupante, me refiero al tipo de preguntas que se hicieron más o menos famosas por un anuncio de televisión. De todas ellas, mientras disfruto del primer café del día, me quedo retenido en ¿adónde van las cosas que no llegan? Y pienso específicamente en internet y en el mundo de los correos electrónicos. Ultimamente, debido creo a mi ineficiencia técnica, he perdido diversos proyectos de e-mail mientras los escribía, y en el peor de los casos, cuando ya los tenía terminados, y con perdón, le pone a uno de un humor de perros. Y no sólo te cabreas, sino que en la mayoría de las ocasiones ya no los escribes, o si los escribes, reduces su contenido en más de la mitad de lo que la primera versión contenía, eliminando información, datos, sensaciones, sentimientos etcétera. que si iban a formar parte de él por algo sería. Pero ¿adónde van esos correos? Pues está claro que a sus destinatarios no llegan y en mi ordenador no están. Por lo que supongo que debe haber un lugar, parecido al limbo, donde están todos estos proyectos o potencias de e-mail, y que entre los miles de ellos procedentes de miles de personas, se establece una otra comunicación, aleatoria y ajena a sus emisores, de quienes deben reírse, y donde tal vez las preguntas sin respuesta tienen varias respuestas. Una última ¿por qué aquellos que después nos arrepentimos de mandar siempre llegan? La mantequilla por los dos lados de la tostada.