Escritor

No somos capaces de hermanar Villanueva con Don Benito, que son dos pueblos separados por un tiro de piedra y nos escandaliza el que gente que vive en otra galaxia, que hablan otros idiomas, que miran otros programas de televisión, que tienen otros ídolos y otros héroes, que tienen sueldos más altos y las miras más estrechas, estén en el empeño de romper la baraja y crearse su propia historia y sus propias patrañas.

Si no les bastan las tradicionales, allá ellos, pero que las pidan en voz baja, que por aquí hay gente que quiere descansar. Yo al menos soy de los terriblemente cansados, de los que quisiera proponer a la Junta de Extremadura que, al igual que les ha dado por celebrar el día sin tabaco o el día sin automóviles , se piense muy seriamente el establecer el día mundial sin que nadie mencione el problema vasco o el día nacional sin pronunciar el nombre de Maragall. Seguro que la salud mental de la población lo agradecería y lo haría notar en las urnas.

El nacionalismo, más que un cáncer para la república se ha convertido en un tostón para los ciudadanos. Un runrún con el que nos castigan en cada periódico, en cada tertulia, en cada telediario. Es una guerra entre pedantes que aburren a las piedras, porque lo suyo es un hablar por hablar sin intención de arreglo.

Y hay muchas cosas terribles de las que ocuparse, muchas mejoras en las que entretener los talentos y los ocios antes que en la de tener los ojos y los labios todo el santo día pendiente de lo que digan unos señoritos empeñados en biseccionar el cortijo con la sola intención de hacerse de una propiedad donde imponer sus reales criterios, que no otra cosa es el nacionalismo que un negocio que pone de cebo un idioma, una bandera o un rh para pescar torpes y engreídos.

En una democracia hay muchos diablos a los que limar los cuernos, y el nacionalismo no es el más terrible de ellos. Y aunque lo fuera, existen viejos y eficacísimos remedios para espantar al diablo. Lutero, que entendía mucho de diablos pues tenía trato directo con ellos, escribió una receta al parecer infalible: "esta noche, el diablo, hablando conmigo, me acusaba de ser un ladrón: chúpame el culo, le repliqué yo, y se calló". Ya que nadie quiere afrontar el problema en serio, deberíamos seguir tan ilustre ejemplo y mandar a los nacionalistas y a sus detractores a que hicieran lo mismo un ratito, por ver si así se callan de una vez, como el diablo de Lutero, y conseguimos que a los demás nos concedan un poco de sosiego con el que trabajar más firme y atinado, y a ver si de este modo saneamos las depauperadas arcas nacionales, esas en las que los nacionalistas de todos los colores ponen la miras y las zarpas, y de las que unos y otros tan bien comen.