La elección de Quim Torra por parte de Puigdemont para ser presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña me parece idónea. Primero, porque el hecho de haberse producido «a dedo» por parte de un presunto delincuente fugado de la justicia deja nítida su nula legitimidad ética y democrática. Segundo, porque la forma de pensar de Torra evidencia que el independentismo catalán es un movimiento social y político de carácter totalitario.

Torra ha calificado como «seres» a los no catalanistas y ha llegado a escribir un «decálogo del buen independentista» en su libro titulado ‘Los últimos cien metros’ (2016). Uno de los «mandamientos» lo redacta en términos puramente fascistas, estableciendo una nítida frontera entre «nosotros» (los buenos) y los «otros» (los malos): «El independentista concentra sus fuerzas contra un único adversario: contra todos aquellos que no quieren la libertad de su nación. Es implacable contra ellos».

En un artículo, titulado ‘La lengua y las bestias’ (2012), dijo de los castellanohablantes: «Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeras, víboras, hienas. Bestias con forma humana, asimismo, que enjuagan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como una dentadura postiza con moho, contra todo lo que representa la lengua». Animalizar al rival político es uno de los elementos fundamentales que han utilizado todos los criminales fascistas que ha dado la historia para justificar la eliminación física de sus «enemigos».

Podríamos seguir buceando entre toda la basura escrita por Torra, pero creo que es suficiente para comprender de quién estamos hablando. Me parece más interesante ampliar el horizonte para que podamos ver que las actitudes totalitarias nos acechan por todos lados sin que apenas reparemos en ello, en parte por desconocimiento de la historia y en parte porque el estado emocional de España ayuda a conectar peligrosamente con ellas.

Tras el escándalo provocado en torno a la compra de un chalet de seiscientos mil euros por parte de los líderes de Podemos Irene Montero y Pablo Iglesias, la dirección del partido, primero, envió una carta a sus militantes para decirles que todo era una campaña del «poder» para «intentar destruir» a Iglesias y Montero y, después, convocó una consulta a sus inscritos para consolidarse en su propio «poder». Cabría recordarles que ellos no son Podemos, y que identificar el partido con su líder es algo que ya inventaron los movimientos totalitarios del siglo pasado. Da la sensación a veces que Podemos sin Iglesias no existiría, y que si alguien quiere destruir Podemos tiene que destruir a Iglesias, pero esta concepción no cabe en una democracia contemporánea, en la que se da por hecho que los líderes pasan y las organizaciones quedan. Y más cuando está meridianamente claro desde hace tiempo que Iglesias es más problema que bendición para Podemos, y que la formación morada cuenta con talento más que de sobra para sustituirle.

Hace años que Europa comenzó a ser asaltada por movimientos populistas con tintes totalitarios, y en la actualidad anidan ya en muchos sistemas políticos de nuestro entorno. En Italia, país estructural de la UE, está en marcha la formación de un gobierno antieuropeo y xenófobo, con un poquito de ultraizquierda y un poquito de ultraderecha, en lo que se podría acabar convirtiendo en paradigma del desastre anunciado al que nos dirigimos, a velocidad de crucero, si la política no logra embridar la economía.

Porque todo esto proviene de que el neoliberalismo irracional y una socialdemocracia débil y acomplejada dejaron que los especuladores financieros tuvieran en su mano la destrucción de las democracias liberales contemporáneas.

Lo que estamos viviendo ahora son las ondas concéntricas de la explosión económica de 2008 que sigue produciendo efectos devastadores en los sistemas políticos de medio mundo. Que nadie dude que de esto solo nos salvará una ola radicalmente democrática, de corte internacionalista, y que se base en el control estricto de las transacciones económicas y en la superación de la inaceptable desigualdad existente. Si no, estaremos en manos del fascismo que asoma ya la patita por todo el mundo, y que en nuestra península ha entrado con fuerza por la esquina noreste.