Hay políticos que se crecen en la adversidad. Tony Blair es uno de ellos. Lo demostró en la conferencia del partido laborista, a la que llegó con una fuerte caída de popularidad y amplia contestación interna por su apoyo a la guerra de Irak y por las exageraciones hechas para justificarlo. Ayer, en vez de pedir perdón, solicitó confianza y, con una frase que recordaba a las de Margaret Thatcher, aseguró que no hay marcha atrás. Que no la hay ni en el conflicto bélico, sobre el que no se arrepiente de nada, ni en sus polémicos y contestados recortes de servicios públicos, ni en la más que problemática integración del Reino Unido en el euro.

Blair recordó a sus correligionarios que tras seis años y medio en el poder el laborismo puede aspirar ahora a un tercer mandato. Pero la política no es sólo ganar elecciones, y él habría sido más honrado si hubiese aprovechado su firmeza y habilidad para no comprometer a su país en una guerra hasta después de que se hubiera demostrado que Irak tenía el arsenal peligroso que se decía. Por eso, aunque no parece haber ahora una alternativa tory , sí que empieza a tenerla en su propio partido: Gordon Brown, menos contaminado que él de la enfermedad del todo vale .