Cantautor

Ha habido épocas en las que circulaba la idea de que ninguna inteligencia, ningún talento natural debería malograrse por falta de oportunidades. Ahora sucede lo contrario. Asistimos al derroche que supone que a los jóvenes, nunca tan preparados como ahora, les resulte imposible encontrar trabajo, y menos aún en su especialidad.

Hace unos días, en un supermercado, ofrecían unos cuantos puestos y me sorprendió que en la encuesta preguntasen si hablaban inglés, francés o alemán, si tenían conocimientos de informática y no sé cuántas cosas más. El trabajo a cubrir no era otro que desembalar mercancía y colocarla en los estantes.

Pero asistimos impertérritos a que haya que pagar para encontrar trabajo. Master que prometen prácticas en empresas, la mayoría sin cobrar, y en las que rara vez continúan. Menos mal que también hay cursos gratuitos para todos los gustos, con diez plazas para trescientos aspirantes, y mil historias parecidas. Supongo que para tenerlos entretenidos. Mejor esto, parecen pensar los que piensan, que darse al aburrimiento, al botellón o al cinismo. O que surjan líderes capaces de canalizar el descontento.

Pero la sociedad parece embotada, satisfecha de sí misma. Y nos parece normal que nuestros jóvenes tengan problemas para algo tan de primera necesidad como tener trabajo y vivienda para formar sus familias, poder desarrollarse, echar a andar. Pero todo va bien. El dinero es virtual, la cultura es virtual, las empresas virtuales, los ricos virtuales, los pobres virtuales. Y el trabajo, al parecer, también. Lo peor de lo virtual es que si alguien da la tecla equivocada, acabamos todos en el limbo de la papelera de reciclaje, de donde no se vuelve jamás.