Un accidente aéreo nos ha golpeado de nuevo. Las catástrofes de aviación convulsionan nuestras vidas de forma inevitable. Da igual que la estadística siga insistiendo en que el avión es el medio más seguro. Cada accidente nos recuerda que podía ser nuestro accidente. Tiene algo de macabro juego de lotería, que jamás nos planteamos cuando al concluir un fin de semana y regresar a casa escuchamos sin prestarle atención el parte de víctimas en la carretera. Fruto del mundo global en el que vivimos, cualquier accidente de un avión comercial reclama nuestra atención, con independencia del lugar en que se ha producido. El concepto de proximidad está siempre presente, de un modo u otro. Turismo, negocios, estudios, compromisos familiares... hoy nos movemos en avión de forma cotidiana. Puede haber gente cercana a nosotros en el lugar más alejado de la geografía. Pero cuando el siniestro tiene un punto de conexión tan próxima como el que ayer ocurrió en los Alpes franceses, nuestra conmoción se convierte en angustia y desolación.

Unas 45 víctimas del accidente ocurrido ayer son de nacionalidad española --la lista aún no se ha hecho oficial--, conforman una lista de historias particulares, truncadas en las escarpadas cumbres de los Alpes. A diferencia de algún caso en que las hipotéticas causas del siniestro puedan estar más claras, esta primera jornada no ha arrojado luz sobre ello. El avión, que volaba con normalidad a unos 10.000 metros de altitud, experimentó un súbito descenso de altura hasta estrellarse contra el macizo montañoso. Pese a que se ha recuperado ya una caja negra, no se dispone de aún datos sobre lo que pudo ocurrir. ¿Fallo humano o técnico? ¿Atentado terrorista? Imposible precisarlo ahora. Solo sabemos que el aparato cumplía las condiciones reglamentarias de revisión y que el piloto gozaba de gran experiencia. Si puede apuntarse alguna hipótesis razonable. En un hecho anterior, la congelación de unos sensores exteriores, que puede ocurrir de forma muy improbable, dejó al avión sin información sobre altura y velocidad y descontroló el vuelo. En estas circunstancias la recuperación de los mandos por la tripulación es complicada y requiere tiempo (minutos). Un tiempo del que dispusieron en aquella ocasión, pero que habría sido mucho más escaso si se sobrevolaba una cordillera. En cualquier caso, hay que dejar tiempo a los especialistas para que hagan su trabajo y saquen las conclusiones.

En estos momentos llenos de incertidumbre, vale la pena destacar el ejemplar funcionamiento de las autoridades en general. De los responsables de AENA y El Prat. Del trabajo y la coordinación de Alemania y Francia. En medio del dolor por la