Autor teatral

Jamás sustento mi trasero en un bar sin que me acompañe un periódico o dos, tres si hay suerte, y cuatro, aunque sea el libelo más miserable, que diarree cataratas de mierda, en esa hermosa profesión que sufren a conciencia los periodistas.

Mala leche y peor sintaxis deben de tener cuando firman con don no sé quien, o Agustina de Aragón. Anónimos cobardes, en fin. Todo lo cual viene a cuento porque leo una columna --soberbia y de cojones-- del incombustible Pérez Reverte sobre una novela maltratada --La Mula -- de su amigo Eslava. De Pérez Reverte hay fotos en mi casa. Del autor de Alatriste quedan dos días de convivencia y desmadres emocionales, porque, servidor, fue guía y faro del novísimo académico cuando fue el primer Adalid de la paz y la libertad , del Ayuntamiento y Batalla del La Albuera.

De la perspectiva, no literaria, sino del horizonte personal, del más leído escritor, --fuera Cervantes-- de España, dan fe sus escritos y artículos semanales. Rotundo, atrevido, soberbio... pero con la tranquilidad de que aquél que lo lee, lo aborrece o lo ama, pero sin miedo, y por su parte, de no tener que bajarse los pantalones.

Entre café y café --cervezas a mediodía-- me regaló la frase de que lo peor a lo que se podía sucumbir, casi inmolarse, era a la traición, estuviera en un ámbito personal, profesional, o donde nos saliera de los cojones.

Dos mandados del pueblo --Madrid-- han traicionado el alma blanca e ilusionante de una urna. Bruto traicionó a César --¿tú también, hijo mío?--, Judas a Cristo e Isabel Pantoja a España --de viuda a querida, aunque siga siendo virgen--. Los dos susodichos --fueran del partido que fueran-- han supurado la pus del alma, que es lo peor, porque hiede en lo inconstitucional. El traidor mata la esperanza de unos deseos, ilusiones, horizontes de a dos, y se convierten en verdugos de los que le susurraron una empresa en común. Claro, que están por todas partes; seguro que todos somos susceptibles de traicionar a alguien. Por descontado, que mientras yo no lo haga, me van a producir náuseas. A Judas se le vió el plumero por su despantada del Huerto de los Olivos. Al diputado traidor, porque su teléfono estaba apagado o fuera de servicio . A la traicionera, porque --¿?-- se había separado recientemente de su marido. ¿Y qué coño le importa a un votante el marido de la traidora? A los enemigos hay que verlos venir y concederles el respeto. A pájaros como éstos, ni agua. Si tuvieron diferencias con su partido --no quiero pensar otra cosa-- haberlas puesto sobre la mesa y los intereses. En Roma no se pagaban traidores, porque si lo hizo una vez, lo volvería a hacer. La Pantoja vende hasta a la Virgen del Rocío para pasear su encoñamiento y presuntos terrenos de Marbella. Los espantados socialistas han paseado su indignidad revestida de legalidad. No hay que quererlos, no hay que compadecerlos. Que vivan muchos años con el olor que da la traición. Jamás podrán mirar a los ojos cuando vean una urna; son casi todas transparentes. Que les den.