El próximo martes, a las 20 h., se presentará en la Librería Psicopompo de Cáceres el libro Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986) de Germán Labrador publicado en la colección «Reverso», que dirige Juan Andrade en la editorial Akal, con la presencia del autor y el editor.

Aquella visión adulterada de la Transición que nos transmitió la serie documental de Victoria Prego, con el rey como protagonista estrella y los millones de españoles que se manifestaban como comparsas, aparece cada vez más cuestionada. Esa época aún reciente, arena de combate entre la historia y la memoria, enfrenta a sus apologistas con quienes ven esos años como oportunidad perdida para las propuestas de transformación democrática radical, lo que provocó el conocido sentimiento del desencanto. El libro de Labrador, ni con unos ni con otros, pretende homenajear a quienes más se dejaron en aquel proceso. Por sus páginas, muy bien escritas, pasan desde poetas conocidos como Leopoldo María Panero o Aníbal Núñez, a cantantes como Camarón de la Isla y agitadores culturales como Pau Malvido, editor de la revista Star y cronista de aquellos años, entre toda una pléyade de vidas que muestra, para quien no la conozca, la vivacidad de la cultura en aquellos años.

El inconformismo de sus autores es visto con simpatía por Germán Labrador que, tras doctorarse en Salamanca, sufrió las trabas de la monolítica universidad española y ahora es profesor en la Universidad de Princeton. Recuerdo hace unos años su primera visita a Cáceres y la vigorosa conferencia de dos horas que impartió sobre «quinquis y literatura», ante la perplejidad de algunos filólogos que piensan que su oficio, como el de los carroñeros, ha de ejercerse solo sobre las obras de escritores ya muertos.

Gracias al libro de Germán Labrador pensamos con nostalgia en una época en la que los jóvenes leían libros vorazmente pues creían que la literatura podía cambiar sus vidas, de modo que leer era algo transgresivo, también porque lo que se publicaba era mucho más arriesgado que lo de ahora. Los estudiantes creaban revistas sin pedir antes dinero y permiso al decano y no medían tanto sus palabras. Recuerdo a un poeta cacereño actual presumiendo de cómo él había «luchado contra la institucionalización de la literatura» en Extremadura y cómo meses después veíamos en las librerías un libro suyo, publicado en una editorial madrileña, gracias a una inyección de dinero público extremeño.

No queremos recordar nuestros descampados sembrados de jeringuillas usadas. El caballo, que a finales de los 80 y principios de los 90 se llevó galopando hacia praderas de no volver a muchas personas más brillantes y mejores que aquéllos que se adaptaron, cuando no cambiaron de chaqueta. Recuerdo al hermano mayor de un amigo que había sido, como declaraba orgulloso, «el primer punki del pueblo» y que nos infundía una cierta admiración. Años después nos llegaba la noticia de que había muerto en Barcelona, víctima de una sobredosis, quizá también del desencanto.

Hace poco, Rodríguez Marcos lanzaba desde las alturas de El País sus rayos y centellas sobre el prometedor y prometeico Germán Labrador, que osaba poner en duda el canon consagrado. Hay viejos que fueron jóvenes hasta la muerte, y jóvenes que nacieron ya siendo viejos.