Ya está! La aritmética ha permitido que, en la primera ocasión que se ha presentado --ya saben ustedes por qué--, tengamos un Gobierno monocolor socialista que ha logrado desplazar a los nacionalistas de Ajuria Enea. Eso sí, con los votos de los parlamentarios del PP. Un Gobierno legal, legítimo, democrático (en lo que de democracia cabe hablar en Euskadi), pero el menos representativo del conjunto ciudadano vasco de todos los que hemos tenido desde la restauración democrática. Es el que, numéricamente hablando --un ciudadano, un voto--, a menos vascos representa. Pesado lastre para el nuevo Gobierno.

XLLEVAMOSx demasiados años instalados en la fractura nacionalista: nacionalista vasca (menguante) versus nacionalista española (creciente), en el conjunto de la población, aunque con cada vez más radicales en ambos bandos. Vivimos en pleno frentismo pero, claro, el frentismo está enfrente, en el otro, nunca en casa. Podría poner citas, una detrás de otra, hasta completar estas líneas.

Sin embargo, hay dos políticas en Euskadi y solo dos: o nos proyectamos en el futuro en una lucha de sentimientos unívocos de pertenencia, o adoptamos, de una vez por todas, los sentimientos de doble pertenencia, incluso asimétricos. Los que una y mil veces hemos defendido la segunda postura hemos de constatar que, aunque mayoría en la ciudadanía, somos claramente minoritarios en las decisiones finales de las esferas dirigentes del PNV y EA, por un lado y del PSOE y el PP, por el otro. Con matices (y dudas entre militantes de estos partidos, incluso cualificados, aunque más en unos que en otros), la corriente dominante es la de la acumulación de fuerzas. Aquí también podría inundar esta afirmación de comentarios de los políticos, pero no serviría de nada que lo recordara.

Siendo esto así, porque así es, mi diagnóstico para los próximos años, ahora que estrenamos Gobierno, sería el siguiente. A corto plazo, las próximas semanas y quizá meses, no pasará nada relevante, aunque llenará las páginas de los periódicos y ocupará gran espacio en las tertulias de radio y televisión, no solamente en Euskadi, sino también en Madrid. ¿De qué hablarían si no existiéramos los indómitos vascos? Yo solamente les escucho o veo cuando estoy de viaje, aburrido en un hotel. Me llevo las manos a la cabeza. ¡Qué cosas dicen de nosotros!

El nuevo Gobierno se la juega en el medio plazo, y básicamente en el terreno económico. En el del bienestar de los ciudadanos. Salvo que entren al trapo con los símbolos, por ejemplo cambiando el mapa del tiempo de ETB, lo que mostraría que, para unos, ser vasco equivale a comunidad autónoma y, para otros, a Euskal Herria, y fracturaría aún más la sociedad; o limitando las ayudas al fomento del euskera, hoy más emblema que nunca de la singularidad vasca, o a los familiares de los presos vascos (¿van a pedir un certificado de buena conducta, como antaño?). Y poco más.

Mi preocupación es el largo plazo. El actual arrinconamiento de la política de transversalidad por el Gobierno recién constituido ¿es una medida transitoria, porque es bueno que el PNV vaya un tiempo a la oposición, o es una opción de fondo porque hay que conseguir vencer al nacionalismo vasco y lograr que deje de representar a la actual mayoría de la sociedad vasca? Si logramos gestionarlo bien, mostraremos que la mayoría nacionalista vasca es más cuestión de rutina que de fehaciente realidad sociológica.

Hay argumentos para inclinarse por cualquiera de las dos opciones, pero me temo, a tenor de las declaraciones de los responsables políticos --y no digamos de los tertulianos y columnistas, básicamente de los medios madrileños-- al día de hoy la segunda opción es la predominante: este es el momento de ganar el pulso al nacionalismo vasco, de una vez por todas. Que es algo mucho más importante que ganar a ETA, hace muchos años políticamente vencida.

Sobre ETA, hay cuestiones urgentes, prioritarias y de fondo. La prioritaria es proteger, ayudar y amparar física y anímicamente a los más expuestos, los que se arriesgan en las filas socialistas y populares. Necesitan nuestro agradecimiento, rara vez manifestado por los nacionalistas. Lo urgente es detener a los miembros de ETA y pensar, inteligentemente, cuál es la mejor política antiterrorista para acabar con ella. En fin, sabiendo a quiénes hacen daño las acciones de ETA, la cuestión de fondo es esta: ¿a quién benefician sus acciones y su mera existencia? Perdonen la comparación, pero, como en las novelas policíacas, ¿quién sale beneficiado con el crimen?

Volvamos al largo plazo. Si mi análisis es correcto, y bien sabe Dios que quisiera que no lo fuera, nos espera una doble fractura: entre vascos nacionalistas y no nacionalistas, por un lado, y entre nacionalistas vascos y nacionalistas españoles, por otro. ¡Qué digo, fractura! Una lucha a largo plazo, de final incierto, aunque no es difícil prever que el radicalismo, por ambas partes, en las dos fracturas mencionadas, se impondrá. Con la ciudadanía vasca en medio, pero un medio cada vez más menguado. Ya veo personas que hasta ayer eran moderadas y que ahora lo son menos, cuando no radicales. ¡Ay, transversalidad, divino tesoro, ya te fuiste! ¿Para no volver más?