WCw on una escenografía cuidada y precisa, como corresponde a un país donde el arraigado protocolo consuetudinario sustituye a la norma escrita, el traspaso de poder en el Partido Laborista y en la jefatura del Gobierno británico, que tuvo lugar ayer en el 10 de Downing Steet, suscita un primer punto de interés político: comprobar si la continuidad tiene más fuerza que la necesidad de cambio. La primera paradoja es que el primer ministro jubilado, Tony Blair, es más joven que su sucesor, Gordon Brown, hasta ayer mismo canciller del Exchequer o ministro de Hacienda, que pasa por ser el máximo responsable de las profundas reformas fiscales y sociales que le han permitido permanecer ininterrumpidamente en el poder durante el último decenio.

Aunque sus intérpretes aseguran que tiene un corazón de viejo laborista, sus actuaciones subrayan que Brown es uno de los arquitectos del neolaborismo, de la tercera vía sugerida por el profesor Anthony Giddens para corregir algunos de los dogmas ideológicos que habían granjeado al Partido Laborista la animadversión de las clases medias. La izquierda denunció, aunque sin esperanza, "el thatcherismo con rostro humano". La elección de Harriet Harman como segunda de Brown en el partido sugiere que la pulsión izquierdista persiste, aunque sus posibilidades de éxito son escasas. Según su autorretrato, Brown es un hombre de convicciones, pero probablemente no irá más allá del combate contra la corrupción y la mejora de la educación y de los servicios públicos.

Pese a que respaldó sin ambages la guerra de Irak, Brown tratará de esquivar el oprobio que ensombrece la gestión de Blair en este conflicto (ayer se despidió pidiendo perdón a las tropas por haberlas metido en tamaño avispero) y buscará, según sus palabras, la reconciliación de un país desgarrado por la trágica aventura exterior. Pero lo hará "de acuerdo con las obligaciones internacionales" de Gran Bretaña, es decir, preservando la relación especial con Washington que define la política exterior desde siempre. Y con respecto a Europa, los europeístas deben abandonar toda esperanza, pues Brown es un típico euroescéptico, dogmático del librecambio y abogado de "una Europa a la carta", persuadido de que Gran Bretaña necesita el estadista global que quiso ser Blair. Probablemente el nuevo primer ministro no hubiera tenido tanta flexibilidad como tuvo Blair en la última cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la UE, que terminó alumbrando un acuerdo de reforma del Tratado.

Se augura en Londres más un cambio de estilo que de principios y programas. Entra en escena un introvertido, casi taciturno, que quizá sea transformado por el ejercicio y la seducción del poder tanto tiempo esperado. Y se marcha un gran comunicador, que desde ayer mismo tiene la nueva misión que le ha encomendado el Cuarteto (Estados Unidos, la UE, la ONU y Rusia) de intentar resolver el gran embrollo de Oriento Próximo, para lo cual va a necesitar mucho más que esas dotes de seducción de la opinión pública.