La defensa de una candidatura olímpica siempre es una rareza cuando se contempla con los mismos ojos con los que se analiza la realidad cotidiana de un país. Ver en Copenhague trabajar codo con codo por lograr un objetivo nacional a enconados rivales políticos, sean o no del mismo partido, es una excentricidad que cuesta mucho incorporar a nuestras fustigadas meninges. Se obtenga el resultado que se obtenga, quienes ahora presentan ante los miembros del Comité Olímpico Internacional la imagen de una España moderna, próspera y pujante volverán mañana al discurso del España se hunde , y quienes hoy elogian las virtudes de Gallardón como el mejor capitán de un proyecto de magnitud universal considerarán dentro de un par de días que no tiene capacidad ni para ser concejal de distrito. Será la tregua olímpica. Disfrutemos de ella.

A unas horas de que se conozca cómo acaba la aventura de Madrid 2016, el observador concluye que estamos como estábamos hace cuatro años, cuando intentábamos digerir la decepción de la victoria de Londres 2012, es decir, que lo más seguro es que no pero que quién sabe. Las virtudes de la candidatura de Madrid son hoy más y más evidentes, por ser más palpables, que hace cuatro años; mientras que la lógica de los equilibrios olímpicos geoestratégicos que jugarían a favor de la candidatura de Río no se ha movido un ápice en este periodo. Ni siquiera con la llegada de Obama a Dinamarca: sería muy difícil discernir si en este momento le viene mejor al presidente estadounidense la gloria de llevarse los Juegos a casa o el regalo del proyecto a quién quiere que sea socio preferente en su política continental.

Madrid ha demostrado en este tiempo una extraordinaria tenacidad, inédita en la historia de las ciudades aspirantes, pero muy propia del espíritu olímpico que mueve a miles de atletas a prepararse durante cuatro años aunque sus posibilidades de triunfo tiendan al cero. Sólo por eso, merecería la designación. Y por eso hoy merece nuestro apoyo y nuestra ilusión.