Cuando se echa la mirada hacia atrás en un afán de analizar una época histórica, solemos caer en la tentación de una sesgada mitificación, y una forma de intencionado olvido se apodera de todo aquello que no queremos recordar, y en un subjetivismo inconsciente y justificativo tratamos de considerar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Por lo que es preciso contar con estos condicionantes a la hora de encarar cualquier aproximación al pasado.

De la época de la Transición sobrevive en la memoria el recuerdo de unos políticos sensatos y juiciosos que, desde la coherencia, supieron trasvasar a la sociedad española desde la orilla de un régimen totalitario a la del pluralismo constitucional, sirviéndose de instrumentos como el consenso, los pactos y una eficaz terapia colectiva; renunciando a cualquier tentación rupturista, revolucionaria o revanchista, lo que posibilitó un tránsito ejemplar sin apenas derramamientos de sangre. Para ello fueron precisas muchas dosis de cautela, pues los cambios estaban sometidos a una naturaleza dual, atendiendo a las prisas de unos y a la lentitud de otros, a las ideologías progresistas y a las reaccionarias, tratando de compatibilizar todo esto con los temas recurrentes de una sociedad compleja, acosada por la crisis energética, el azote terrorista, el desempleo, la inflación o los fantasmas involucionistas. Como quien construye una vasija de material delicado, fue preciso cargarse de paciencia, de mimo y de esmero, hasta llegar a establecer un marco capaz de hacer posible un proyecto común, basado en la libertad, en la convivencia y en la solidaridad, con las miras puestas en un proceso modernizador, que situara a nuestro país a la altura que las nuevas circunstancias exigían.

XEXISTEN TANTOSx tipos de transición como ciudadanos habitaron aquella época, ya que cada cual la vivió de forma diferente, y cada uno conserva en la memoria su propia fotografía. La idea renovadora se difundió con eficaz fluidez a través un tejido social desestructurado, la mayoría de las personas estaban poseídas por una sana ingenuidad, intuían el futuro como una puerta abierta a la esperanza, por lo que se fantaseaba de forma utópica acerca de unas potencialidades, que luego el tiempo se fue encargando en desmoronar, sumidos ya en un periodo de certezas, de desconfianza y de escepticismo, en el que se nos reveló esa otra faceta más pragmática y menos humana del quehacer político.

La grandeza de la Transición reside en que muchos tuvieron que pasar página, sepultando trágicos recuerdos bajo una inmisericorde losa de olvido, pues cada consenso fue posible gracias a un acto de deliberada desmemoria. Gracias a ello se lograron cauterizar las heridas y acabar con el enquistamiento, favoreciendo a cambio la amnistía política y legalización de partidos y sindicatos. Pero por el camino fueron quedando un reguero de concesiones, como las realizadas a favor de las autonomías periféricas, con las que se aplicó una política compensadora, en reconocimiento de unos derechos diferenciales e identitarios, que posteriormente se manifestaron como el inicio de un insaciable proceso desvertebrador e insolidario.

Si pretendiéramos personificar la época de la Transición, deberíamos hacerlo en la figura moderadora del Rey, junto a la del presidente Adolfo Suárez , pero a los verdaderos artífices convendría buscarlos en la propia sociedad española, en los intelectuales, artistas, sindicatos, patronal, partidos políticos, clase trabajadora y personas anónimas.

Ahora cuando estamos conmemorando el trigésimo aniversario de la instauración democrática en nuestro país, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que la Transición está considerada como una de las más importantes etapas de nuestra reciente historia, donde se demostró un civismo y una mesura desacostrumbrada. Si la analizamos a la luz de la realidad presente, donde priman los intereses electoralistas, donde la crispación bajo sus diferentes variables invade gran parte de la actividad política, y donde los partidos se manifiestan incapaces de llegar al más elemental acuerdo, llegaremos a la conclusión de que aquel consenso adquiere hoy una dimensión de nostálgica grandeza, que hace que miremos hacia atrás con añoranza, pues aquellos aprendices de demócratas supieron armarse de valor y sobreponerse a las adversidades en favor de un nuevo modelo de habitabilidad.

Los cambios producidos durante estos treinta años son de una evidencia palpable. Atrás fue quedando aquella sociedad arcaica, depauperada y emigrante, sustituida por esta otra donde predomina un desarrollo económico y social, que nos sitúa entre los países punteros del mundo. La consolidación del estado de bienestar, de la democracia y la integración en organismos supranacionales, han servido para situarnos como un país normalizado dentro del contexto internacional. Aquel mito peyorativo de España es diferente ha perdido toda su vigencia, porque la imagen en sepia de aquellos españolitos desubicados, llenos de prisas y de complejos, se ha ido diluyendo a favor de esta otra llena de autosuficiencia y de una saludable modernidad.

*Profesor